En una popular canción de los años 70, Víctor Jara clamaba a Dios “que la tortilla se vuelva” para que pudiera resplandecer la justicia en el mundo. La “tortilla” se ha vuelto una y otra vez en Bolivia en los dos últimos años, pero no para rescatar los valores de equidad, igualdad, libertad y respeto en la aplicación de las leyes, sino para mostrarnos el lado más feo y perverso de la justicia, el que muestra a la diosa Temis sin la balanza de la ecuanimidad, pero sí con la espada de la venganza.
Los jueces y fiscales elegidos por los dos tercios masistas no esperaron que el gobierno transitorio se consolidara en el poder para perseguir a sus antiguos mandantes. Tampoco aguardaron que la restauración terminara de entronizarse en la casa de gobierno para liberar a los perseguidos de ayer y perseguir a los mandamases de la transición. Lo hicieron sin pudor alguno, para vergüenza ajena. Propia no la tuvieron.
Las elecciones judiciales, exhibidas por el Movimiento Al Socialismo (MAS) como la panacea de ese mal endémico que es la justicia, fueron un fracaso. La primera, celebrada el 16 de octubre de 2011, se saldó con el 57,67% de votos blancos y nulos, y la segunda, realizada el 3 de diciembre de 2017, cosechó un 65,86% de rechazo, sin contar la abstención.
Tal fue el fracaso del experimento que el propio Evo Morales admitió dos años y cuatro meses después de las primeras elecciones, el 12 de febrero de 2014, que de nada sirvió “incorporar poncho y pollera en la justicia”, porque “no cambia nada”, la retardación y la corrupción, como él mismo dijo, seguían siendo “el cáncer”. Quince meses después, el 22 de mayo de 2015, su segundo, el matemático, se permitió ironizar: “Un tribunal de justicia huele a azufre”.
Lo cierto es que el MAS no buscaba una solución para el problema, sino la consolidación de su hegemonía política. Logrado el control del Ejecutivo, el Legislativo y el Poder Electoral, necesitaba capturar el Judicial. Sacrificada la meritocracia en aras del “cuoteo” de las organizaciones sociales, la “revolución judicial” quedó en nada.
En lo único que demostró efectividad fue en la persecución de disidentes, tanto que los siguió persiguiendo después del cambio de gobierno. “Cría cuervos a tu antojo, pa’ que te saquen los ojos”, cantaba Rocío Jurado en la tonadilla de título homónimo. ¡La judicialización de la política en su apogeo!
Tras el fracaso de las elecciones judiciales y el reconocimiento de que la justicia no era justa ni barata ni mucho menos rápida, el gobierno del MAS convocó a una cumbre en Sucre. ¿Alguien recuerda cuáles fueron las conclusiones de ese evento? Transcurrió sin pena ni gloria. El gobierno ignoró las propuestas de los expertos y convocó a la gente de siempre, a los representantes de las organizaciones sociales, desconocedores de la materia.
Hoy sabemos que Bolivia se encuentra entre los 10 países con peor justicia del mundo, en el puesto 121 entre 128 países, de acuerdo con el ranking elaborado por la organización internacional Proyecto de Justicia Mundial (WJP), que publica anualmente un Índice sobre el Estado de Derecho.
Es el penúltimo de América Latina y el Caribe, sólo superando a Venezuela, que ocupa el último puesto. El índice toma en cuenta ocho parámetros en una puntuación que va del 0 al 1: restricciones a los poderes del gobierno, ausencia de corrupción, transparencia, derechos fundamentales, orden y seguridad, cumplimiento normativo, justicia civil y justicia penal.
El nuevo ministro de Justicia, Iván Lima, quien en sus primeras actuaciones ha lanzado algunas señales esperanzadoras de renovación, ha anunciado una nueva reforma y ha convocado a algunos expertos para diseñarla. Su idea es, según ha anticipado, lograr una “justicia imparcial e independiente” mediante la introducción de la meritocracia como parámetro supremo en la selección de los operadores, objetivo en el que coincide la oposición.
No hay democracia sin justicia independiente. Por eso no la hubo en el pasado. Una de las funciones de la justicia es precisamente controlar el uso del poder. El ciudadano precisa de una instancia ante la cual acudir si es víctima de una ilegalidad o de un abuso de poder. Sin esa justicia, ¿se puede hablar de democracia?
Todo cambio político trae aparejado el anuncio de una reformas judicial “definitiva”, pero las hemerotecas demuestran que todas murieron en el intento y pasaron a ese barril sin fondo de las promesas incumplidas. Si de por sí cuesta creer en algo que no vemos, resulta tanto o más difícil aceptar una tierra prometida cuando las evidencias marcan la ruta contraria, porque lo que hemos visto hasta ahora en materia de designaciones gubernamentales, no es precisamente una reivindicación del mérito.
¿Qué destino final tendrá la promesa estrella del señor Lima? Veremos si no pasa al olvido y no tengamos que entonar el Porque te vas, la canción de José Luis Perales popularizada por Carlos Saura en su película Cría cuervos: “Todas las promesas de mi amor se irán contigo/ Me olvidarás/ Me olvidarás”. Tiempo al tiempo.
Página Siete – 3 de diciembre de 2020