Alejandra Echazú Conitzer
Los hechos son conocidos. Sabemos quiénes son los protagonistas y, un poco más, un poco menos, tenemos una idea de cómo acabaron las historias. Sin embargo, cuando sale un detalle a la luz o se reabre un caso, no dejamos de leer, una vez más, acerca de los sucesos que golpearon nuestra sensibilidad individual y colectiva.
A pesar de no encontrar nada nuevo, es la cronología, son los detalles, los testimonios, que presentados bajo la hábil organización de un periodista se revelan como algo novedoso: se nos había pasado un detalle, no sabíamos de alguna declaración o surgió una pista que no habíamos tenido en cuenta.
Ya García Márquez demostró en su ficcional Crónica de una muerte anunciada que realmente no importa tener la información básica: quién mató a quién, por qué, cuándo, cómo, porque desde las primeras líneas de su novela, inspirada en hechos reales, ya lo sabemos; es el desarrollo de lo sucedido lo que nos motiva a leer. Seguimos con la lectura porque sentimos que, como en una narración detectivesca, hay algo más por descubrir (cuán difícil es aceptar que hay personas que no temen robarle la vida a otra). Además, en los pliegues de la crónica atisbamos los sentimientos de frustración, de dolor, de venganza, de maldad, de crueldad que habitan en los personajes.
La crónica tiene una virtud: ofrece aquello que un mero informe policial no transmite: el perfil psicológico de los personajes, las motivaciones secretas, los vínculos afectivos, los secretos de infancia, los recovecos del alma etc. Finalmente, como lectores, también nosotros damos nuestro veredicto, nos permitimos opinar y juzgamos desde la luz de la moral.
Me pregunto, por qué leemos crónica roja, aquella que está bien escrita, investigada, que va hasta las fuentes, que fundamenta, indaga y cuestiona: ¿es que los humanos tenemos esa tendencia al morbo?, ¿es que la indignación frente a la injusticia nos empuja a conocer cada detalle? Se despierta una solidaridad hacia la víctima que no conocíamos, un anhelo de comprender por qué se dan estas cosas. No sea que a nosotros pueda sucedernos algo semejante: la información la tomamos quizá como una medida de precaución. Son muchas las razones que nos invitan a leer los terribles designios de los otros.
Y en este marco reflexivo, Prontuario: Casos de la crónica roja que conmocionaron a Bolivia, ha sido presentado en la Feria del Libro, editado por Página Siete y Editorial 3600. La coordinadora de la publicación es la galardonada periodista Liliana Carrillo quien ha elegido 11 casos, apenas unos cuantos de los muchísimos que se producen diariamente en nuestro país.
¿Qué nos queda de su lectura? Mucha amargura, mucha. Primero, porque vemos con meridiana claridad que la justicia en Bolivia está salpicada de corrupción, bajezas e injusticias. Vemos que la violencia ejercida, no solo atañe al muerto, sino a muchos inocentes, hay daños colaterales, vidas interrumpidas, la de los familiares que no se recuperan de la muerte de su ser amado, la de los abogados, los implicados, los jueces, los cómplices, los inocentes…. Hay demasiadas vidas sacrificadas y heridas por una muerte violenta.
La frase de Guillermo Martínez que recupera Juan Carlos Salazar en su crónica, es certera en Bolivia: “el crimen perfecto no es aquel que no se resuelve, sino el que se resuelve con un falso culpable”. Con un chivo expiatorio, habría que añadir. Con un inocente, habría que apostillar.
El segundo mal sabor viene de la constatación de que la crónica roja en Bolivia tiene una íntima relación con el poder y con el mismo Estado. La antología comienza con crónicas de hechos sucedidos en los 60, 70 y 80 del siglo pasado. Todos relacionados con golpes de Estado, dictadores, con un estado represivo.
La pulcra y detallada crónica de Juan Carlos Salazar menciona cuatro asesinatos, del dirigente campesino Jorge Solíz, del político Jaime Otero Calderón y del periodista Alfredo Alexander y su esposa Martha Dupleich, todos aparentemente relacionados con algún secreto del Estado, revelando una violencia represiva nunca antes vista en nuestro país.
Se presenta dos truculentas figuras que transitan esas décadas: el nazi Klaus Barbie (Altamnn es el apellido que utiliza en Bolivia) y Luis Arze Gómez, un hombre helado que a sus ochenta años continúa con ínfulas de rico, blanco, guapo. La extraordinaria crónica de Cecilia Lanza Lobo disecciona al militar tan temido en esas décadas y nos entrega la imagen del niño Luis en brazos de su abuela nazi. Y el libro acaba con los sonados casos de estafas millonarias, también directamente relacionados con el Estado del siglo XXI. Mery Vaca Villa escribe una detallada crónica de la exnovia del Presidente Evo Morales, la estafadora Gabriela Zapata y cómo el tráfico de influencias convirtió a esta joven mujer en millonaria, con justificaciones como esta perla: “Mi patrimonio responde a todas mis relaciones sentimentales que tuvo mi persona”.
Otro sonado caso relacionado a la corrupción en el gobierno de Evo Morales es el que desglosa Yvone Juárez Zeballos, quien investiga el caso de Juan Franz Pari, quien sustrajo poco a poco la friolera de casi 38 millones de bolivianos del banco estatal, el Banco Unión. Entre medio están historias, no menos impactantes, como la que narra Isabel Mercado Heredia en torno al asesinato del joven Juan Gabriel Despot, atropellado con saña, salvajemente, y cuyo cuerpo desaparece misteriosamente en diez minutos. El asesino confeso acaba escapando de Bolivia y la justicia ¡bien gracias!
En este entorno impune golpea el caso que investiga Leny Chuquimia Choque, relativo al bebé Alexander, muerto a los ocho meses y que demuestra la ineptitud de quienes estuvieron a cargo de los protocolos en las instituciones, tanto de albergue como hospitalarias, habiéndose imputado y encarcelado a quien no tiene culpa.
Queda la evidencia del desolador panorama de la explotación a la mujer, tanto por la violencia intrafamiliar, que costó la vida de la periodista Hanalí Huaycho, suceso investigado y escrito por Anahí Cazas Álvarez, como por el creciente e inmoral negocio de la trata y desaparición de personas que consta en el caso de Dayana Algarañaz Hurtado, escrito por Alejandra Pau y también en la crónica de Sergio Mendoza Reyes sobre el club nocturno Katanas. Liliana Carrillo baraja con destreza testimonios contradictorios de las familias de Andrea Aramayo y William Kushner. La última crónica de Pronturario es el estremedor asesinato de los novios Carla Bellot y Jesus Cañisaire a cargo de una familia desalmada, contado por Daniela Romero Linares.
¿Por qué Página Siete apuesta por una publicación de sucesos violentos? No es otra la razón que la seriedad investigativa, el rigor periodístico y el afán de que se esclarezcan hechos que han impactado grandemente en el corazón de la sociedad. El profesionalismo de sus cronistas demuestra que es posible realizar un periodismo que se atreve a indagar temas conflictivos con altura e imparcialidad.
Página Siete – 26 de agosto de 2018