Robert Brockmann
La impresión que queda tras haber leído este libro es la de haber visto un determinado acontecimiento a través del Aleph borgiano: que hemos visto la guerrilla del Che en Bolivia desde todos los ángulos posibles, simultáneamente y sin que los planos se superpongan. Una experiencia tan inmersiva como abrumadora.
Humberto Vacaflor, uno de los tres autores, se lamenta de que “sobre la guerrilla se ha escrito tanto, tanto, pero tanto, que resulta difícil encontrar un hilo novedoso”. Es parcialmente cierto. Los bolivianos lectores probablemente estemos ahítos de las historias del Che. Tenemos varias obras escritas por militares, otras tantas por guerrilleros sobrevivientes; tenemos la monumental recopilación de Carlos Soria Galvarro y, por si fuera poco, las biografías escritas por Jon Lee Anderson, Jorge Castañeda, Paco Ignacio Taibo, por mencionar algunas, amén de innumerables artículos. Pero nada parece calmar nuestra sed por esta historia.
Y ahora tenemos otra obra, que, irónicamente, contradice a su autor, porque sí es un “hilo nuevo”.
Es la historia de la cobertura de la guerrilla del Che por parte de los tres jóvenes reporteros bolivianos quizás más emblemáticos de su generación. El título es La guerrilla que contamos, pero igual podría titular Manual para cubrir una guerrilla desamparada.
El libro en sí mismo es delicioso, porque, si causa placer leer a alguien que sabe de lo que escribe y nos ilustra por ello, causa más placer aun cuando ese alguien sabe escribir. Los tres autores no sólo son periodistas consumados, para quienes la escritura y el idioma fue y es su herramienta de vida, sino que además fueron agencieros. De DPA, de IPS, de ANSA, de LAN. Eso significa que durante la mayor parte de sus vidas laborales compitieron con el mejor periodismo del mundo.
Primera parte
La primera parte, escrita por Gato Salazar, es la historia de la cobertura en sí misma, en Camiri y en la región circundante. Cómo surgió la noticia de que había una guerrilla. Cómo no se sabía si eran guerrilleros o narcotraficantes. Cómo la revelación de la identidad de Regis Debray confirmó lo que muchos sospechaban y pocos sabían: que el Che estaba en Bolivia. Cuántos reporteros nacionales e internacionales estuvieron. Quiénes eran, de dónde provenían geográfica y políticamente. Dónde se alojaban y las maneras de ingeniárselas para conseguir información de unos militares duros y recelosos.
Fueron los meses en los que la entonces polvorienta Camiri se convirtió, Salazar dixit, en la Meca del periodismo mundial. La presencia de 300 periodistas le dio una importancia parecida a la del Soho londinense de los Beatles, que acababan de lanzar Sergeant Pepper’s.
La sección de Salazar, de las tres, es la que menos versa sobre la guerrilla en sí. Enfatiza más sobre la captura, la prisión y el jucio a Debray, y sobre la cantidad y calidad de los periodistas que convergieron en Camiri, pero a través de este relato, que sólo es indirectamente acerca los rebeldes, obtenemos un cuadro de mosaico de ellos que logra remarcado detalle y profundidad.
Segunda y tercera partes
La segunda parte nos revela que la vida de José Luis Alcázar quedó marcada a fuego por 1967.
Autor del primero y en mi opinión el mejor libro sobre la guerrilla del Che (Ñacahuasu, la guerrilla del Che en Bolivia, México, 1969), Alcázar alcanzó después cotas insondables de profundidad y erudición acerca del guerrillero emblemático y de sus circunstancias.
El periodista vuelca en estas páginas información que, presentada toda junta y en la manera en que está expuesta, da un panorama que, si bien puede no ser nuevo, sí resulta enteramente claro y contundente. De Alcázar surge una figura del Che extrañamente nueva, descarnada, producto, creo, del desengaño y de la realidad descubierta. Y es que esa es la labor del periodista agenciero: explicar realidades complejas con claridad.
Y si Salazar y Alcázar bregan por mantener el equilibrio o al menos la mesura en sus críticas, aunque fuere porque saben que lidiaban con hechos y personajes de talla universal, Humberto Vacaflor se muestra como el iconoclasta que siempre fue. No siente ningún respeto por el poder, por quienes lo detentan, ni por quienes lo aspiran (ni entonces ni ahora).
Su mordacidad atina entre ceja y ceja –ya sean las cejas del Che o las de Jota Jota (Torres)–. El tercio del libro que le corresponde a Humberto es el que menos trata de 1967 en sí mismo y planea más bien sobre otras latitudes temporales, como el robo del diario del Che, ocurrido décadas después. Pero sus reflexiones son, precisamente por su carácter escéptico, y dado el resultado catastrófico de la guerrilla, por demás interesantes y profundas. “El Che ganó batallas estando muerto”, dice Humberto. Y añade: “el fantasma pudo más que el guerrillero”.
Un Che feo
Los tres periodistas simpatizaron con la izquierda (¿quién quiere ser de derecha?), de maneras diferentes y con diferentes intensidades, pero nunca dejaron de ser periodistas profesionales. No fueron periodistas con agenda política. Eventualmente, los tres terminaron exilados por las dictaduras militares. Esto debiera hacerlos insospechables. Y lo son. Pero este no es un libro que vaya a gustar a los cultores de la figura inmaculada del Che.
De aquí sale un Che feo. Fracasado, mal guerrillero, sin dotes militares, apoyado en su voluntarismo a puro corazón, ignorando premeditada y porfiadamente la realidad. Los tres autores apoyan esta imagen en testimonios de quienes fueron sus partidarios, que reflexionaron acerca de su catastrófica derrota: “El Che eligió entrar en la leyenda para salir de un callejón sin salida, personal y político”, dijo Debray. “El Che fue un mal guerrillero”, señaló su adlátere Humberto Vázquez Viaña. Otros, no tan amigos, le diagnosticaron cosas peores. ¿Fue su guerrilla un suicidio? ¿Una inmolación?
Este libro, siguiendo un “hilo nuevo” de la historia, contribuye a dar una respuesta a estas preguntas.
Página Siete – 6 de agosto de 2017