La sorpresa fue mayúscula. Por ser argentino, por ser jesuita y porque no figuraba en la lista de «papabilis». Nunca, como ahora, se había cumplido el viejo dicho que repiten los vaticanistas en vísperas de cada cónclave, el rito que celebra el Colegio Cardenalicio desde hace casi 800 años para elegir al sucesor de Pedro: «El que entra como Papa, sale como cardenal». Al humo blanco, siguió el ¡Habemus Papam! y, acto seguido, la buena nueva: Jorge Mario Bergoglio, ¡argentino! Era la noticia esperada desde hace dos milenios por millones de católicos latinoamericanos.
A la sorpresa inicial, expresada en segundos de silencio, siguió el estallido de júbilo y el agitar de banderas entre los miles de fieles que se congregaron en la Plaza de San Pedro, mientras las cadenas de radio y televisión y los medios digitales difundían la noticia por todo el mundo, resumida en dos palabras: ¡Argentino y jesuita!
La inesperada renuncia de Benedicto XVI tuvo un resultado también «imprevisto»: la elección en tiempo récord de su sucesor (en la quinta votación) y el desplazamiento del «centro de gravedad» del papado desde Europa hacia América, donde reside casi el 50 por ciento de la grey católica. Como apuntó el diario El País (Madrid), era «la primera vez en la historia de esta milenaria institución que se elige a un papa jesuita, con lo que eso supone de solidez y seriedad a priori, y un papa no europeo en más de mil años; y esta elección recae además en un pontífice cuya lengua materna, el español, es el primer idioma de esta religión global».
«¿Quo nomine vis vocari?» (¿Con que nombre quieres ser llamado?), es la pregunta que le hizo el cardenal Giovanni Battista, en nombre todos los cardenales electores. Bergoglio contestó: «Vocabor Franciscus» (Me llamaré Francisco). Por primera vez en la historia de la Iglesia Católica, el heredero de Pedro asumía el nombre de Francisco.
¿Por qué Francisco? Bergoglio no dijo de inmediato por qué eligió este nombre, pero la mayoría de los vaticanistas, medios de comunicación y allegados al nuevo pontífice dieron por hecho que lo había adoptado en homenaje al santo más célebre de la Iglesia, San Francisco de Asís, cuya imagen nos remite a la predicación de la pobreza y la austeridad.
Pudo también haber evocado a otros santos jesuitas, como Francisco Javier, estrecho colaborador del fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola, o Francisco de Borja, tercer General de los jesuitas, pero según sus allegados el nuevo Papa siempre se sintió marcado por la vida austera del santo de Asís, algo que se había reflejado en sus palabras y propuestas de lucha contra la pobreza.
«Escoger Francisco como nombre es escoger un programa de amor a los pobres, a la naturaleza, a la sobriedad compartida, a la ecología, porque los seres humanos somos hermanos», dijo Leonardo Boff, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, en su primera reacción sobre la elección del nuevo Papa. «Francisco no es un nombre. Es uno de los arquetipos más poderosos del cristianismo. Él fue el primero después del Único», agregó.
Pero, además, Jorge Mario Bergoglio, como persona y religioso, tenía fama de hombre austero. A pesar de la dignidad que ostentaba como arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de Argentina, se transportaba en metro para llegar a la catedral metropolitana bonaerense y vivía en una habitación de la segunda planta de un anexo a la catedral. Cuando fue creado cardenal en 2001, no pidió vestimentas nuevas, sino que encargó que le arreglaran lo que se pudiera aprovechar de su antecesor. Fiel a esta sencillez, en su primera aparición pública como Papa, utilizó solamente la sotana blanca, sin los otros revestimientos propios de su nueva dignidad.
«No es descartable que sorprenda alguna vez a sus asistentes personales –la conocida como familia pontificia–, cocinando. Entre otras cosas, el Colegio Cardenalicio ha elegido a un papa que se hace la comida. Más difícil lo tendrá ahora para caminar esquivando viandantes, como solía hacer hasta hace diez días por las calles de Buenos Aires. Y presenciar en directo los partidos de su equipo: el San Lorenzo de Almagro», escribió el periodista Jorge Marirrodriga.
A Bergoglio se lo podía ver celebrando misas con «cartoneros», como se conoce en Argentina a las personas que buscan cartones, metales y botellas en la basura para revenderlos, y atendiendo a sus feligreses en la catedral metropolitana, un lugar que había convertido en una iglesia abierta durante todo el día, en cuyas dependencias se realizan actividades de ayuda social. Una muestra de su talante.
Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936. Hijo de inmigrantes italianos, su padre era empleado ferroviario y ella ama de casa. Fue a la escuela pública. Se graduó como técnico químico y como tal trabajó hasta que a los 21 años. En 1957, decidió entrar al seminario jesuita. Estudió Humanidades en Chile y obtuvo la licenciatura en Filosofía en el Colegio Máximo San José de Buenos Aires, de los jesuitas. Entre 1964 y 1966 fue profesor de Literatura y Psicología, primero en un colegio de Santa Fe y después en Buenos Aires. De 1967 a 1970 cursó Teología en el Colegio Máximo. En 1969, a los 33 años, se ordenó sacerdote. Poco después comenzó una rápida carrera en la Compañía de Jesús. Con solo 37 años llegó a ser el Provincial de los jesuitas de su país.
En 1992 fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires y en 1998 se convirtió en el jefe de la Iglesia de su ciudad, una de las más pobladas del mundo. En 2001 Juan Pablo II lo nombró cardenal. Después llegó a presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.
El primer papa latinoamericano siempre se ha mantenido fiel a la doctrina católica. «No proviene de las corrientes progresistas ni de la Teología de la Liberación», escribió uno de sus biógrafos. «No obstante, lejos está de representar el ala más conservadora de la Iglesia católica (…). También se ha distinguido por permitir que los curas más progresistas de su diócesis se desempeñaran con bastante libertad», agregó.
Austero y reservado, poco afecto a la exposición mediática, Bergoglio se distinguió por su adhesión a la opción preferencial por los pobres y por las homilías en las que denunció la pobreza, la corrupción, la explotación de los inmigrantes en talleres clandestinos (entre ellos miles de bolivianos), la inseguridad y la crispación política, con palabras que causaban irritación en los círculos del poder.
«La esclavitud no está abolida. En esta ciudad está a la orden del día», declaró en Buenos Aires. «En esta ciudad se explota a trabajadores en talleres clandestinos, y si son emigrantes se les priva de la posibilidad de salir de ahí. En esta ciudad hay chicos en situación de calle, desde hace años. Hay muchos y esta ciudad fracasó y sigue fracasando en librarnos de esa esclavitud estructural que es la situación de calle. (…) Se somete a mujeres y a chicas al uso y al abuso de su cuerpo», afirmó en otra ocasión.
Un año antes de su elección llamó a los argentinos a «indignarse contra la injusticia de que el pan y el trabajo no lleguen a todos», y en muchas ocasiones se refirió a lo que denominó la «inmoral, injusta e ilegítima deuda social». Asimismo, afirmó que “los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión, los asesinatos… sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y estructuras económicas injustas que originan las grandes desigualdades».
Predicó contra la violencia y las drogas. «El atajo fácil, el alcohol, la droga… eso es tiniebla (…) No tenemos idea de lo grave que es esta propuesta tenebrosa, esta corrupción que llega incluso a repartirse en las esquinas de las escuelas». «Tenemos que defender la cría y a veces este mundo de las tinieblas nos hace olvidar de ese instinto de defender la cría», afirmó en una de sus homilías.
En una declaración a la BBC de Londres, el activista de los derechos humanos argentino Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, salió en defensa de Bergoglio ante las acusaciones formuladas por algunos periodistas sobre la supuesta complicidad de Bergoglio con la dictadura argentina. «No hay ningún vínculo que lo relacione con la dictadura», afirmó. «Hubo obispos que fueron cómplices de la dictadura, pero Bergoglio no», subrayó.
La elección de un cardenal jesuita latinoamericano fue interpretada por medios internacionales que siguen de cerca la problemática religiosa, como El País de Madrid, como «el mensaje de renovación que tantos esperan para la Iglesia católica», ante la «fuerza innovadora» de la curia americana, que «ha reclamado protagonismo y aboga por la apertura hacia nuevos planteamientos», y la presencia del catolicismo latinoamericano.
Y fue así. En los 33 meses de pontificado, dio claras señales de su espíritu renovador.
Página Siete – Anuario 2015 – 20 de diciembre de 2015