El parto de la democracia no sólo fue difícil. Fue sangriento. Quienes votaron en las primeras elecciones, entre 1978 y 1980, recuerdan las agitadas vísperas de esos comicios, con períodos de reflexión -los ahora llamados “silencios electorales”- sacudidos por atentados y bombazos nocturnos, alentados por el autoritarismo en retirada. Eran “tiempos revueltos”, parafraseando a una popular serie española sobre los primeros días de la dictadura franquista.
Los bolivianos acudieron a las urnas el domingo 9 de julio después de 18 años de gobiernos militares. Venció Juan Pereda, pero el fraude fue tan grande e inocultable que el propio dictador Hugo Banzer se vio obligado a anular las elecciones. Enojado por la decisión de su mentor, Pereda derrocó a Banzer el 21 de julio, en el primero de una seguidilla de golpes que culminaría dos años después con el sangriento cuartelazo de Luis García Meza.
Un general casi desconocido, David Padilla Arancibia, derrocó a Pereda el 24 de noviembre y convocó a elecciones para el 1 de julio de 1979. La competencia partidaria pobló de militantes y simpatizantes todos los espacios públicos del país, en una época en que la “tendencia del voto” no se medía por encuestas, sino por el número de manifestantes en las concentraciones electorales.
El avance de la izquierda, con la Unidad Democrática y Popular (UPD) y el Partido Socialista 1 (PS-1) a la cabeza, no era del agrado de los militares. El 1 de noviembre de 1979, el general Alberto Natusch Busch derrocó al gobierno interino de Walter Guevara Arze mediante un sangriento golpe de estado. La “Masacre de Todos Santos” se cobró la vida de más de 100 personas. Dos semanas después, la resistencia popular obligó a Natusch Busch a entregar el poder al Congreso que eligió como presidenta a Lidia Gueiler, quien convocó a elecciones para el 29 de junio del año siguiente.
Pero ese no fue el final de la violencia, sino el principio. Los candidatos hacían campaña a salto de mata. “¡Calma, calma! ¡Sólo son cachorros de dinamita… Son inofensivos!”, intentaba calmar Marcelo Quiroga Santa Cruz a la multitud, mientras las explosiones sacudían la Plaza San Francisco en el cierre de campaña de 1979.
Cuatros semanas antes de los comicios de 1980, el 2 de junio, se produjo el atentado contra la avioneta que trasladaba a Jaime Paz Zamora y a otros dirigentes de la UDP a Rurrenabaque. La nave, perteneciente a un servicio de taxis aéreos del coronel Luis Arce Gómez, se incendió en el aire y se precipitó a tierra cerca de Laja. El objetivo del atentado era eliminar a Hernán Siles Zuazo y Paz Zamora, pero Siles suspendió el viaje a última hora y Paz Zamora se salvó milagrosamente con graves quemaduras en el rostro y el cuerpo al saltar del aparato.
La campaña electoral se cerró con un atentado terrorista en La Paz, que dejó un saldo de dos muertos y medio centenar de heridos, cuando manos anónimas lanzaron una granada militar de fragmentación contra una marcha de la UDP, encabezada por el propio Siles Zuazo, en pleno Prado. Los atentados no impidieron la victoria de la UDP, con 38,74%, sobre Paz Estenssoro 20,15% y Hugo Banzer 16,83%.
La escalada de violencia comenzó con el asesinato del padre Luis Espinal, el 21 de marzo, y se prolongó hasta el 17 de julio, día en que García Meza y sus paramilitares asestaron un golpe mortal a la naciente democracia con un cuartelazo que se cobró la vida de Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Página Siete – 9 de octubre de 2014