Pedro Schwarze
No hubo elección. Los periodistas casados del diario Presencia, de La Paz, determinaron que quienes debían ser enviados a cubrir un posible foco guerrillero en el sureste del país en 1967 debían ser aquellos que mantuvieran su condición de solteros. Por este motivo, las miradas apuntaron a los veinteañeros José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor. Pero este último “en ese momento era el más soltero de los dos”, razón de sobra para ser el primero en partir. De igual forma, poco después se les sumaría Alcázar. Y también llegaría a la zona Juan Carlos Salazar, de la agencia local Fides.
A los tres, entonces jóvenes y novatos periodistas, les correspondió la tarea de cubrir la guerrilla que se había instalado en Bolivia y que con el tiempo se supo que tenía integrantes extranjeros y que era comandada por nada menos que el cubano-argentino Ernesto “Che” Guevara. Iban por unos días a la zona, pero se quedaron cerca de un año, hasta meses después de la muerte del Che, el 8 de octubre de 1967, en el pueblo de La Higuera.
Cincuenta años después de ese hito, Salazar, Vacaflor y Alcázar recuerdan ese tiempo y ese reporteo, en medio de la censura militar y política, las expulsiones y el espionaje (incluido el de los informantes de la CIA) de los que eran blanco, en un libro plagado de anécdotas y humor. Se trata de La guerrilla que contamos. Historia íntima de una cobertura emblemática, que acaba de ser lanzado en La Paz.
Fueron enviados por sus respectivos medios a la región, en la zona del río Nancahuazú, en el departamento de Santa Cruz, días después de que las autoridades informaran del primer combate entre los militares y los guerrilleros. Lograron llegar a la zona, pero poco tiempo después tuvieron que lidiar con el control militar y, si acaso querían entrar en el lugar, debían hacerlo “empotrados” en algún contingente del Ejército.
Humberto Vacaflor fue expulsado dos veces de la zona militar e incluso amenazado con un juicio tras ser acusado de formar parte de la campaña para la liberación del francés Regis Debray. El francés fue capturado, junto al argentino Ciro Bustos y el periodista chileno-británico George Andrew Roth, tras estar con el Che.
Los prisioneros fueron arrestados el 20 de abril de 1967 en Muyupampa, donde un colaborador de Presencia, Hugo Delgadillo, un dentista ambulante que también sacaba fotografías para el diario, logró retratarlos. Delgadillo envió el rollo de fotos a La Paz, periplo que tardó una semana, lapso en el cual el gobierno militar de René Barrientos anunció la muerte de “tres extranjeros en combate”. La publicación de la imagen causó revuelo mundial.
“La foto le salvó la vida a Debray, pero condenó a muerte al Che Guevara”, porque el gobierno, tras ese incidente, decidió que la ofensiva contra los insurgentes “sería una guerra sin prisioneros, de tal manera que los que caían, los ejecutaban”, sostiene Juan Carlos Salazar.
Alcázar, que también trabajaba para Fides y para la agencia Inter Presse Service, se trasladó a Vallegrande con la intención de perderse de la mirada de los militares, internarse en la zona y lograr, como le habían ordenado, una entrevista con el Che. No la logró, pero sí pudo dar la primicia mundial de la captura “vivo y herido” del guerrillero. Un golpe periodístico que consiguió gracias a que la mayoría de los periodistas estaban en Camiri, a la espera del fallo del Consejo de Guerra que procesaba a Debray y Bustos.
El cadáver del Che fue trasladado a Vallegrande -donde permaneció oculto y enterrado durante tres décadas- y allí Alcázar pudo tocarle la mano. “Sentí un escalofrío, un estremecimiento (pues aún) estaba caliente”, cuenta en el libro.
Uno de los autores del libro, explica que estuvieron sometidos a la censura militar.
¿Cuándo fueron enviados a la zona donde estaba la guerrilla del Che Guevara?
En 1967, los tres en diferentes momentos. Yo partí de La Paz al día siguiente de que se conoció el primer choque armado. En marzo de 1967. Me fui por una semana, pero me quedé todo el año.
Pero en ese momento no se sabía que estaba el Che.
No se sabía. Incluso se dudaba que fuese una guerrilla, porque se decía que eran narcotraficantes o traficantes de ganado.
¿Cómo era el trabajo que ustedes hacían? ¿Qué dificultades tenían?
En esa época las comunicaciones entre esa zona con La Paz eran muy difíciles. Transmitíamos nuestra información por telégrafo. Cuando nos presentábamos con nuestro despacho telegráfico largo, no nos recibían con buena cara, a menos que uno llegara con un par de botellas de cerveza.
¿Cómo eran los nexos con los militares?
Cuando se decretó la zona militar se estableció la censura, por lo que había que entregar los despachos a la Sección Segunda, la de inteligencia de la división militar, antes de llevarlos al telégrafo. Además, estableció un cerco en la zona guerrillera, y era muy difícil entrar si no se hacía con el Ejército. Para hacerlo teníamos que usar uniforme militar.
¿Trataron de establecer contactos con la guerrilla?
El objetivo de todos los periodistas que estábamos en la zona era tomar contacto con la guerrilla del Che. Incluso, José Luis Alcázar fue el único periodista que tuvo la “suerte” de que las tropas con las que iba entraran en combate.
La Tercera (Santiago de Chile) – 10 de Agosto de 2017