Anahí Cazas / La Paz
Cuando Juan Carlos Salazar hacía sus primeras armas en el periodismo, fue enviado a cubrir la guerrilla del argentino Ernesto Che Guevara en el oriente boliviano. Fue en 1967, el muchacho, de 21 años, soltero y oriundo de Tupiza era periodista de la Agencia de Noticias Fides, la primera agencia de prensa boliviana.
Sus colegas veinteañeros y solteros Humberto Vacaflor y José Luis Alcázar también fueron enviados como corresponsales del periódico Presencia.
Y de esa manera, los jóvenes reporteros pasaron a la primera fila de las noticias mundiales. Hoy, 50 años más tarde, los tres periodistas deciden contar cómo fue su trabajo en la cobertura de la guerrilla del Che Guevara en un libro. De alguna manera, este proyecto representa la muestra de una consolidada gran amistad y un regalo para las nuevas generaciones de periodistas.
La obra, bautizada como La guerrilla que contamos. Historia íntima de una cobertura emblemática, se presentará el jueves 27 de julio, a las 19:00, en la Asociación de Periodistas de La Paz. La publicación incluye crónicas y una colección de fotografías y documentos inéditos.
“El libro ha sido una oportunidad de recordar, como dice el subtitulo, ‘una cobertura emblemática’”, asegura Alcázar, quien cuenta que los tres periodistas comparten en la obra varias anécdotas personales que sucedieron en la cobertura de este acontecimiento que se convirtió también en noticia internacional. “Además de actualizar alguna información sobre lo que motivó a Ernesto Guevara a preparar un movimiento armado en Bolivia para hacer la revolución en su patria, Argentina”, agrega.
Para Vacaflor, la publicación de este libro representa el cumplimiento de una promesa a las nuevas generaciones de periodistas. “Les contaba algunas anécdotas. Ahora escribí unas crónicas de mis experiencias en la obra”, indica. Además, para el periodista, la obra tiene un significado muy especial. “Los tres somos muy amigos, somos padrinos y nos conocemos, y he vivido con ellos en el exilio”, dice.
Salazar explica que es un libro muy autobiográfico. “Contamos nuestra experiencia de la cobertura de la guerrilla. Pensamos que fue un hecho importante que marcó nuestra generación y la cobertura marcó a una generación de periodistas”, indica. “Un viejo colega y corresponsal del diario La Vanguardia de Barcelona me decía: ‘Yo hubiese pagado por cubrir la guerrilla del Che’. Además, muchos de mis alumnos me pedían que cuente sobre este trabajo y entonces era una asignatura pendiente”, sostiene. “La idea del libro es mostrar cómo se hizo esa cobertura en una época en la cual no había internet y computadores ni teléfonos celulares. Teníamos que cubrir mediante el telégrafo morse”, añade.
Descubrir una pasión
Para Salazar, la cobertura de la guerrilla del Che ha marcado su vida. “En esa época ya había decidido hacer y vivir del periodismo, pero en esa época no había una carrera de Comunicación Social o Periodismo. Yo estaba estudiando Derecho y Ciencias Políticas que era lo más cercano que había para hacer periodismo”, explica.
“Cuando estalló la guerrilla me mandaron a cubrir por una semana, pero me quedé un año”, cuenta Salazar, quien era periodista en la Agencia de Noticias Fides.
Ni bien estalló el primer enfrentamiento entre la guerrilla y el Ejército boliviano (marzo de 1967), Salazar sugirió al padre José Gramunt, director de la Agencia Fides y corresponsal de DPA y EFE, preguntar si estaban de acuerdo en cubrir la guerrilla y financiar el viaje de una persona.
Entonces, DPA y EFE pagaron el viaje de Salazar a Camiri por una semana. Pero entre ir y venir, el periodista se quedó hasta finales de noviembre. “Es curioso, porque el costo de la cobertura durante los 10 meses fue de 500 dólares”, recuerda.
Salazar tenía 21 años y se fue a cubrir la guerrilla con una muda de ropa, una libreta y un bolígrafo. “No había grabadoras pequeñas. Entonces, esos eran mis instrumentos de trabajo y mi medio de transmisión, el telégrafo morse”, explica. “Como todo periodista joven, yo quería estar en el lugar de los hechos”, agrega.
Expulsado de la cobertura
“Hace 50 años no había pues WhatsApp, internet ni había televisión, las noticias las teníamos que mandar a través de un telegrafista y en código morse. Me sorprende ver cómo todo ha cambiado”, asegura Humberto Vacaflor, quien en 1967 fue enviado por el periódico Presencia como corresponsal a cubrir la guerrilla del Che. Era soltero, tal vez esa fue la razón por la que fue elegido para cubrir este hecho.
Vacaflor cuenta que Presencia informó la noticia de la detención de Régis Debray, pero las autoridades negaron el hecho. “El Ejército boliviano negaba que lo había detenido, que era un invento la noticia que envié desde Camiri. Decían: ‘No es cierto, por qué no publican las fotos’. Yo tenía las fotos, pero estaban en un rollo que tenía en el bolsillo”, cuenta.
El periodista fue expulsado de Camiri y se fue a Santa Cruz, donde logró revelar las fotos. “Enviamos las fotos con un pasajero en el Lloyd Aéreo Boliviano. Y resulta que se pierden los negativos y mientras tanto torturaban a Régis Debray (…)”, dice y asegura que en estos 50 años el periodismo bolivianos ha pasado de “la edad de piedra al WhatsApp. “¿Se imaginan? Las fotos de la captura de Régis Debray, las hubiera mandado rápidamente a La Paz. Se hubiera evitado una tortura”, reflexiona.
Vacaflor recuerda también que en esos años los periodistas enfrentaban una censura previa. “Todos los textos que se escribían en Camiri tenían que ser aprobados por un coronel del Ejército”, comenta.
La primicia mundial
Para Alcázar, una de las principales dificultades en la cobertura de la guerrilla del Che fue acostumbrarse a caminar con las tropas tras los guerrilleros. “Fue complicado batallar con los militares, que como personajes del poder no soportaban fácilmente la presencia de periodistas”, comenta.
El duro trabajo de la cobertura periodística valió la pena. Alcázar dio la primicia mundial de la captura del Che. “La misma noche de ese 8 de octubre Radio Fides comunicaba la primicia de la caída del Che y el mundo se enteraba por un ‘cable’ de la agencia IPS. En las primeras horas del día siguiente, el 9 de octubre, Presencia informaba la trascendental noticia. En el libro relatamos cómo me enteré y las anécdotas de la noticia”, cuenta.
El corresponsal de Presencia tocó la mano de Guevara al atardecer el 9 de octubre, cuando todavía el cuerpo del guerrillero estaba caliente. “Fui el primer reportero que junto con un agente de la Cita, rompiendo el cerco de militares, nos acercamos al helicóptero que había transportado el cadáver del Che de la higuera a Vallegrande. Yo cogí la mano del che que aparecía de la cobija que cubría su cadáver… estaba caliente y eso me estremeció”, recuerda.
Según el prólogo del libro, Alcázar fue el más diligente de los tres autores al ocuparse de lo ocurrido en 1967, pues en 1969 puso en circulación, en Bolivia y México, su libro Ñacahuasu, la guerrilla del Che en Bolivia.
Para Alcázar, la cobertura de la guerrilla del Che fue como su “bautizo de fuego” en el mundo del periodismo. “Consolidó mi pertenencia a este oficio, el más hermoso, como lo definió Gabriel García Márquez, pero también el más peligroso, porque la posición crítica que nos obliga nuestra profesión siempre incomodará a los poderes y muchos de éstos, como el narcotráfico, atentan no sólo contra la cobertura, sino contra la vida de los periodistas”, concluye.
Los autores, los grandes maestros (Por Harold Olmos)
(…) El pensamiento de los tres fue esculpido por la cobertura informativa de los eventos que se registraron en Bolivia en 1967. Enviados por sus medios informativos, ingresaron a las áreas de la guerrilla para contar lo que ocurría en las quebradas selváticas del sudeste boliviano. Los despachos que de ellos leí narraban la historia con las fuentes oficiales y las escasas contribuciones accesibles desde el lado de la insurgencia. Acabaron asimilando las motivaciones de la guerrilla y abrazando nociones sustantivas de las ideas que de ella surgieron. Para jóvenes que no habían traspasado el umbral de la tercera década, el mundo boliviano que se les abrió a partir de ese movimiento fue una ruptura con el conocimiento convencional que habían alcanzado y, cada uno por sus propias rutas, se convenció de la urgencia de transformar una sociedad atrasada por mil razones que la mayoría de la gente, en las alturas y las llanuras, entonces y ahora, no alcanzaría a comprender.
Fue casi como un resultado natural de ese cambio que los tres acabaron exiliados al sucumbir el régimen inestable y sin rumbo cierto de los militares llamados de izquierda y en playas extranjeras forjaron sus destinos. Humberto Vacaflor y Juan Carlos Salazar fueron catapultados a Argentina y José Luis Alcázar a Chile tras vencer el desafío de llegar ilesos a alguna embajada amiga cuando las sedes diplomáticas eran vigiladas por la policía política. El ambiente en que se desenvolvieron no fue fácil. Fue como volver a empezar, pero en tierras extranjeras.
La calidad, sin embargo, permanece con el rigor de seguir las normas de la profesión de periodista. Ninguno de los tres habría conseguido avanzar sobre ese camino empinado sin contar con el bagaje profesional que ha sido su mejor pasaporte. Saber auscultar los acontecimientos y descubrir en ellos el ángulo noticioso que interesa al público fue un bastón básico para avanzar en las rutas sobre las que el destino los colocó. Pero no solamente era cuestión de “auscultar”. Los tres se destacaron en sus carreras porque habían desarrollado una forma de redacción profesional clara y directa. Ese conocimiento lo perfeccionaron bajo el rigor y la disciplina que impone la necesidad de sobresalir. Aplicaron las normas elementales para una buena redacción, a menudo ignoradas en nuestras latitudes. Cómo encontrar el mejor verbo para describir una acción, cuándo utilizar un adjetivo, si necesario fuere, cómo organizar una oración que reproduzca con fidelidad lo que se quiere contar y, en especial, cómo ingresar a un tema con una introducción original, sencilla y provocadora que induzca al lector a continuar después de las primeras 30 o 40 palabras de una historia o de un análisis. Y a partir de ahí, cómo hilvanar la secuencia de párrafos hasta culminar con un cuadro completo la historia que se proponían.
El extraño desinterés por estos elementos indispensables para las buenas historias, podría explicar la ausencia de publicaciones que hablen del tema, que cuenten cómo se obtuvo determinada noticia y cómo se la trabajó; en fin, que cuenten el mundo interior de los medios informativos. Para las escuelas de comunicación y los propios medios, ésta es una tarea de consideración urgente. El gran público y los propios periodistas la apreciarían.
Alcázar fue forzado a abandonar Bolivia después de haber cementado una base firme de su labor periodística. Escribió la primera obra narrativa sobre la guerrilla de 1967. Salazar encontró acogida inmediata en Buenos Aires en la Agencia Alemana de Prensa en la que trabajaba en Bolivia, la DPA, una cooperativa de diarios de ese país que comenzaba a operar con un servicio en lengua española. Vacaflor llegó a Buenos Aires solo dotado de su habilidad informativa y sus vínculos con colegas que apreciaban su olfato periodístico y la calidad de su redacción. Como la mayoría de los empeños exitosos, el suyo fue arduo. Trabajó como portero de un colegio y después ganó callos en las manos y fuerza en las espaldas al alistarse como peón en un supermercado de la cadena Medrano. De ahí dio un salto hacia un terreno más adecuado e ingresó a ONA (Organización Noticiosa Argentina), donde la agencia oficial italiana de noticias ANSA lo reclutó. Tampoco eran saludables para los periodistas los vientos argentinos de esa época y Vacaflor, en un nuevo exilio, remató en Londres para trabajar en la carta informativa Latin American News Letter y, por último, en la venerable BBC .
Tras un periplo profesional forzado que lo llevó de La Paz a Lima, Buenos Aires, México y Londres, Vacaflor emprendió el retorno a Bolivia cuando los vientos autoritarios habían cesado, 15 años después de haber partido. Con un estilo personal crítico, en Bolivia dirigió programas en la radio, la televisión y escribió columnas hasta desembarcar en la carta Semanal Siglo XXI, de la que es editor fundador.
Con pocas palabras y un lenguaje a menudo mordaz, Vacaflor acostumbra tratar situaciones políticas y económicas que irritan a los círculos oficiales y despiertan un apetito informativo voraz entre sus lectores. Sus columnas tratan con preferencia cuestiones de minería y petróleo con un manejo de datos que hace inevitable no tomarlo en cuenta en el abordaje de esos temas.
Sus datos suelen ser tan contundentes que uno hasta llega a preguntarse si habrá un mañana. Fiel a un estilo ante el que trepida cualquier neutralidad, cuando recibía el Premio Nacional de Periodismo de la Asociación de Periodistas de La Paz, en 2013, dijo, ante sus colegas en la ceremonia de premiación, que sentía un cierto desánimo, pues había sido feliz los cuatro años que el premio estuvo congelado sin que se lo entregaran, por razones hasta ahora confusas (…).
Página Siete – 23 de julio de 2017