No conozco opositor que no defienda la libertad de expresión ni gobernante que no la atropelle en mayor o menor grado. Desde el llano, todos los políticos exigen respeto a la libertad de prensa, pero apenas llegan al poder reniegan del escrutinio y el control que reclamaban para los gobiernos a los que combatían. ¿Por qué lo que antes era bueno ya no lo es más? No se trata de un simple cambio del punto de observación de la realidad, del opositor al gobernante, sino del pragmatismo que olvida todo principio democrático en aras de la ansiada hegemonía y la verdad única que la sustenta. “Si no te gustan mis principios, tengo otros”, decía Groucho Marx.
El pensador, político e historiador francés Alexis de Tocqueville, autor de La democracia en América, dijo hace casi dos siglos que no es posible tener verdaderos periódicos sin democracia ni una verdadera democracia sin periódicos. La prensa libre es el oxígeno de la democracia porque una no puede sobrevivir sin la otra. El editor Finley Peter Dunne solía decir que la tarea del periodista es “tranquilizar al afligido y afligir al tranquilo”, mientras que el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, a quien muchos gobernantes de izquierda gustan citar por sus críticas a la globalización y al libre mercado, afirmaba que la función de la prensa no es otra que la de ser “el perro guardián de las sociedades”.
¿A quién debe lealtad el periodista? Su principal destinatario no es el poder político ni siquiera la empresa para la que trabaja, sino el ciudadano, al que se debe. El periodismo se dedica a informar sobre asuntos de interés general, pero sobre todo es un oficio que busca alumbrar el lado oscuro del poder, indagar sobre sus secretos, y desde luego no ocultar ni formar parte de esos secretos. Esta es la razón por la cual uno de los principios éticos del periodismo postula la independencia de la prensa respecto a aquellos de quienes debe informar. Es decir, ejercer el control independiente del poder.
Si la primera obligación del periodismo es acercarse a la verdad, a partir del reconocimiento de que no existe una verdad única, su segunda obligación es abrirse a los demás. De este deber nace el pluralismo, la necesidad de ofrecer un foro público no sólo para la información, sino para la crítica, a fin de que todos tengan la oportunidad de compartir “su verdad”. La pluralidad en la información y la opinión es vital si creemos que el propósito principal del periodismo es, como sostienen Bill Kovach y Tom Rosenstiel, “proporcionar a los ciudadanos la información que necesitan para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos”.
Tales principios no suelen ser aceptados por los gobernantes; si lo son, es a regañadientes, porque el control desde la independencia y pluralismo choca con sus afanes hegemónicos. A mayor hegemonía política, menor libertad para los medios. La historia es rica en ejemplos de gobiernos dictatoriales o autoritarios que construyen su dominio político y social sobre los restos de la libertad de expresión. Y también son numerosos los ejemplos de sociedades que logran su liberación cuando empiezan a expresarse en libertad.
El periodismo se desarrolla en diversos contextos: el autoritario, el totalitario, el de conflicto y el democrático, pero únicamente alcanza plenitud bajo un modelo democrático, porque su ejercicio se da en un marco de deliberación y de crítica, de ciudadanos informados, y porque, como hemos dicho, el rol del periodismo es cuestionar al poder, poner en duda las verdades que quiere imponer, y contrastar las distintas versiones que se nos dan de la realidad. Los otros modelos privilegian el “orden” sobre el consenso cuando no el control total sobre la sociedad y sobre los medios. El periodismo planta cara al poder arbitrario, contra la autocensura, la impunidad y la ausencia de rendición de cuentas.
La asfixia de la prensa es en muchos casos violenta, como ha ocurrido durante las dictaduras militares, con el asesinato, la detención y tortura y el exilio de periodistas, pero también se la ejecuta por métodos más sutiles, como el amedrentamiento, para inducir a la autocensura, o el boicot publicitario, para doblegar al medio.
Estas presiones, inadmisibles en cualquier sociedad democrática, tienen como agravante la utilización de recursos públicos: los medios estatales, para amenazar, y el dinero proveniente de los impuestos e ingresos que son de todos, para premiar las adhesiones y castigar las disidencias. ¿No actúa de este modo el gobierno de Evo Morales?
El periodista argentino Oswaldo Pepe ha definido el periodismo como el viejo oficio de incomodar al poder, no sólo porque se ocupa de dar visibilidad a las cuestiones centrales del debate colectivo, sino porque asume el rol de contrapeso del poder en la escena pública.
Interpelar y desconfiar del poder son cuestiones inherentes a la función social y a la misión del periodismo. Y como tales están en el adn de Página Siete.
Página Siete – 24 de abril de 2016