Las olas rompían suavemente sobre la playa de fina arena, ahogando con su rumor la algarabía de la fiesta juvenil del restaurante costero, mientras un grupo de turistas canadienses y europeos disfrutaban de los últimos rayos del sol vespertino. Nada parecía diferenciar a Girón de otras playas cubanas en aquel abril de los años 80, excepto por una vieja casa que aún conservaba las huellas del bombardeo y un gigantesco letrero que proclamaba “la primera gran derrota del imperialismo en América Latina”.
La invasión de Bahía Cochinos que organizó, financió y ejecutó la CIA no sólo sacó a Playa Girón del anonimato, sino que se proyectó como un trauma en las relaciones cubano-estadounidenses y radicalizó al régimen castrista que, inmediatamente después, proclamó el “carácter socialista” de la revolución.
“Ud. la ve ahora tranquila y llena de turistas, pero esta playa fue un infierno”, recordaba Leonel Pinto, un mulato cincuentón que dormía en su casa de la costa, cuando comenzó la invasión, a las dos de la madrugada del 17 de abril de 1961. Tres días antes, los mercenarios de la Brigada 2.506 habían partido de Puerto Cabezas, Nicaragua, luego de varios meses de entrenamiento en un campamento de Guatemala. Al despedirlos, el dictador Luis Somoza, hermano de Anastasio, les pidió que al volver le trajeran de recuerdo “unos pelos de la barba de Fidel Castro”.
Pero nunca volvieron: 117 de los 1.297 invasores que lograron desembarcar perdieron la vida y los 1.180 restantes fueron hechos prisioneros y un año después canjeados por medicinas. “La batalla duró sólo 72 horas. Los mercenarios no pudieron establecer la cabeza de puente que pretendían, ni mucho menos avanzar hacia el interior de la isla”, dijo a este cronista el joven Noel Martínez durante una visita a la central azucarera Australia, en Jagüey Grande, donde estableció Fidel Castro su comando para repeler la invasión.
La invasión fue planeada por el presidente Dwight Eisenhower (1953/61), pero le tocó a John Kennedy (1961/63) ejecutarla y cargar con la humillación de la derrota. El propio Eisenhower había impuesto el embargo comercial y económico a Cuba en octubre de 1960 como respuesta a las expropiaciones decretadas por el régimen revolucionario. Los hermanos Castro resistieron el asedió y sobrevivieron a 11 presidentes estadounidenses, hasta que Barack Obama admitió el 17 de diciembre pasado que, respecto a Cuba, Washington vivió en el error.
“Se dice que son 90 millas las que separan a Cuba de Estados Unidos, pero no es así, son apenas 90 kilómetros”, dijo a este cronista Marcos Antonio Charón, un funcionario del Partido Comunista en Guantánamo, durante una visita a Caimanera, el “heroico” pueblo del extremo sudoriental de la isla que colinda con la base militar estadounidense, donde el Gobierno cubano instaló en la década de los 80 un batallón de mujeres para vigilar -y humillar- a los gringos.
Cuba no sólo “convivió” con Estados Unidos -con la Florida a 90 millas o Guantánamo a sólo 90 kilómetros-, sino que durante más de medio siglo estuvo durmiendo con el enemigo.
Página Siete – 2 de enero de 2015