Presentación de “Figuraciones”

Agradezco a Amalia sus comentarios; le agradezco también por haberme acompañado en el proceso de creación de estos cuentos. Sus generosas opiniones, así como las que me hicieron llegar otras queridas amigas y amigos, me alentaron a dar vida a estas figuraciones.

Me refiero a la periodista y escritora argentina Victoria Azurduy, a la escritora chilena Odette Magnet, al poeta, escritor argentino y columnista del diario Clarín de Buenos Aires Miguel Espejo y al entrañable pintor boliviano Luis Zilveti, cuyos comentarios, que aparecen en la contratapa del libro, me ayudaron como ya dije a emprender esta aventura.

Una de las preguntas más recurrentes que me han formulado los amigos y colegas periodistas es, precisamente, qué me impulsó a incursionar en la ficción tras haber dedicado mi vida profesional al periodismo; cómo se dio esa transición del relato periodístico al literario; cuándo y en qué momento.

Tal vez, como declaré en alguna entrevista, por la necesidad de transmitir vivencias, imágenes, sensaciones y percepciones que no tienen cabida en una crónica o en un reportaje, menos aún en una noticia.

Como sabemos todos los ejercemos este oficio, las estructuras periodísticas, incluso las más flexibles, como el formato de la crónica, tienen reglas rígidas que no permiten fantasías ni “figuraciones”.

Es, pues, yo diría, la necesidad de expresión que siente todo periodista cuando no encuentra asidero para contar una historia que la percibe como cierto o probable.

La creación literaria es un acto individual, muy personal. Uno escribe, tal vez, para uno mismo, por la necesidad que tienes de volcar sentimientos que llevas dentro y que de otra manera no encontrarían salida, a diferencia del periodismo, que es un oficio nacido para contar las cosas de los demás.

En todo caso, esta transición no debería llamar la atención, porque, como decía un gran amigo y colega español, el corresponsal de guerra Manu Leguineche, a quien suelo citar a menudo, el periodismo y la literatura son orillas de un mismo río. O en palabras del periodista mayor, Gabriel García Márquez: son hijos de la misma madre, la narrativa. Y en el peor de los casos, primos hermanos, pero parientes de un mismo linaje.

Toda narrativa está anclada en la realidad, en percepciones del mundo que nos circunda. La periodística, en hechos, y la literaria, en sensaciones fugaces, en vivencias inacabadas, que dejan profundas huellas en nuestro espíritu y que cobran cuerpo y sentido por obra y gracia de la imaginación.

Es el abordaje de la realidad desde una perspectiva diferente, la exploración de aristas apenas perceptibles por nuestros sentidos. Una búsqueda, si se quiere, porque, como dijo Kafka,  “la literatura es siempre una expedición a la verdad”, una verdad que se hace cierta el momento en que la concebimos.

A García Márquez no le costó trabajo cruzar el río, porque había descubierto que la historia contada en un reportaje o en una crónica no solo podía llegar a ser igual a la vida, sino, más aún, mejor que la vida misma. Es lo que le permitió contar una crónica como un cuento y un cuento como una crónica.

¿Cuándo abandoné la orilla del periodismo para incursionar en la ficción? Tal vez el día en que no pude respaldar con hechos mis propias percepciones, mis intuiciones, las vivencias inacabadas que mencioné al principio.

Siempre me pregunté, por ejemplo, cómo vivió el Che Guevara la agonía de los condenados a muerte, qué le pasó por la mente cuando se dio cuenta de que había llegado su hora final, qué recuerdos le atormentaron o lo consolaron cuando vio entrar al sargento Mario Terán a la escuelita de La Higuera para ejecutar la sentencia del Alto Mando militar.

No pude contarlo en una crónica, puesto que no tenía las evidencias que prescriben las reglas del periodismo, así que intenté reconstruir ese dramático final, esos dos o tres minutos últimos de su vida, en un cuento, en El Espejo, abusando tal vez de una figuración.

Lo imaginé así: (el Che) “sintió que miles de agujas de hielo le atravesaban el cuerpo y le estallaban en el corazón. Se escuchó lanzando un aullido, inaudible, y advirtió que su grito, impotente, quedaba petrificado en una mueca. Se vio suspendido sobre sus despojos, mirándose desde lo alto, y reconoció su rostro a lo lejos como en un espejo, con la claridad de los amaneceres y la transparencia de la que hablaría el trovador. Se descubrió con los mechones desprolijos, sedosos, brillantes; la barba rala y el bigotillo a lo Cantinflas; la boina negra, apoyada sobre la oreja izquierda, con la estrella roja de cinco puntas en la frente; el habano humeante en la boca y la mirada perdida en el infinito. Sonrió, socarrón, mientras la imagen se desvanecía en su propio confín”.

Al comentar este cuento, el historiador Gustavo Rodríguez Ostria, autor de una biografía inédita del Che, también muy generoso en su comentario, dijo que la ficción permite una libertad que el historiador no dispone. Y eso es lo que hice. Llenar con imaginación un espacio que la historia dejó abierto.

Como ya dije toda ficción tiene un anclaje en la realidad. García Márquez decía que la novela y el cuento admiten la fantasía sin límites, pero que la crónica tiene que ser verdad hasta la última coma, aunque nadie lo sepa ni lo crea. Siguiendo el mismo razonamiento, yo diría que el relato literario debe ser verosímil, creíble, aunque no sea cierto.

Los personajes surgen de los pliegues de la memoria, apenas esbozados, escondidos como estaban en rincones desapercibidos, para inventarse a sí mismos y recorrer su propia historia, con el autor como testigo o si acaso como un simple amanuense que se deja llevar por su propia criatura.

Así nació Lenca, la guerrillera que transita por la tierra de los carbones encendidos, el lugar donde vivía la muerte; el Triste Pizarro, un joven condenado a vivir un duelo eterno con la sonrisa vestida de luto, víctima del sino hereditario de los malqueridos; y Casilda, la niña que cree descubrir la certeza que la realidad le negaba detrás de las sombras tortuosas y amenazantes que suelen tejer los ocasos.

Son estos personajes los que dan unidad, si es que tienen alguna, a los siete cuentos del libro: el heroísmo de los derrotados, la audacia de los inocentes, la porfía de los sobrevivientes.

Con los personajes surgen los escenarios y muchas veces son los mismos escenarios los que dan nacimiento a los personajes. Están ahí a la espera de que el autor los rescate. Los paisajes se apropian de las personajes, los recrean y los hacen suyos, hasta convertirlos en ánimas o fantasmas, según los humores y amores que recogen en su transitar por cada entorno.

Así pude entrever las aguas vidriosas, relampagueantes, que pujaban por alcanzar el río, entre guijarros bruñidos por el torrente y el tiempo, en la acequia de la hacienda de la abuela Herminia; el bosquecillo de eucaliptus de un pueblo, cuando ese pueblo todavía no era pueblo, sino apenas una parroquia de chacras y fincas floridas; las selvas pobladas por mil especies de mariposas y cubiertas por cuatrocientas variedades de orquídeas de un escenario bélico; al venado de cola blanca que correteaba en un bosque de mangales; o el firmamento de la gran ciudad que escondía las tres estrellas amarillas con nombres de odaliscas: Sadal-melik, Sadal-suud  y Sadach-bia.

La poesía, si existe, no está en las palabras, sino en los personajes. Nace con ellos y vive con ellos. Si el autor tiene algún mérito, es haberla detectado en las apariencias que dan paso a las figuraciones.  Al fin y al cabo, las apariencias no son otra cosa que realidades que se visten de poesía para burlar los sentimientos.

La creación literaria, como dije,  es un acto individual, muy personal, un acto que abre la puerta a la reflexión, más allá del propósito lúdico del autor. No es que yo crea en la literatura como mensaje, mucho menos como mensaje político, pero si en la introspección de la propia creación.

El cuento Aquí vive la muerte, una frase que recogió una colega mexicana de una campesina salvadoreña, me permitió reflexionar sobre la inutilidad de la lucha armada, la “violencia revolucionaria”, la que alguna vez, siendo jóvenes,  justificamos o toleramos.

“Los muertos nunca son ajenos, todos son propios”, dice Lenca, la guerrillera protagonista.

Es también una condena a las atrocidades de la guerra, como el asesinato del Poeta Mártir, Roque Dalton, a manos de sus propios compañeros de lucha. “Puedo entender la guerra, el combate cara a cara con el enemigo, pero no los ajustes de cuentas entre amigos, los fratricidios y parricidios entre compañeros”, dice Lenca, en otra reflexión autocrítica que la lleva a la revisión de sus propias convicciones.

El guerrillero agónico vive las dudas de todo convencido en el balance de su vida, en el final de su andadura, entre las consignas en desuso que pugnan por liberarse de las ataduras del olvido y las premoniciones que se le atoran en la mente.

O el Cristo ateo subido a la cruz que, en medio del vocerío amontonado de fariseos y samaritanos en túnicas níveas, judíos barbados, plañideras de rebosos enlutados, centuriones plateados y soldados en casacas entorchadas, alcancé a percibir una voz liberadora distante: “Pater in manus tuas commendo spiritum meum”.

Como digo en uno de los epígrafes del libro, a manera de presentación y justificación de mis textos, la ficción cobra vida y recupera certezas cuando la imaginación desvela lo que la realidad oculta.

Mis historias son eso, apariencias que creí observar, figuraciones mías, que quise rescatar por el solo hecho de verlas convertidas en realidad.

Espero que sean de su agrado.

Feria del Libro de La Paz, 25 de septiembre de 2001

Juan Carlos Salazar transita a la ficción a través de “Figuraciones”

Juan Carlos Salazar, el destacado periodista boliviano, decidió transitar de la crónica periodística al cuento a través de Figuraciones, su nueva creación literaria. Fue en la ficción que encontró el espacio perfecto para vaciar sus vivencias, percepciones, sensaciones, miedos y alegrías de un mundo infinito al que describió como un parto difícil.

Para Salazar, periodista con una larga y brillante trayectoria, quien transitó de los medios más emblemáticos del país en tiempos de dictadura, hasta las agencias internacionales más reconocidas, el incursionar al género de la ficción de la mano de siete personajes fue un desafío personal y profesional.

“El periodismo y la literatura son hijos de la misma madre, sin lugar a dudas. El que se anime hacer un poco de ficción por lo menos en mi caso es para poder transmitir, dar paso a las vivencias, a percepciones, sensaciones que no encontraron cabina en la crónica periodística”, explica desde el otro lado de la pantalla a través del Zoom.

En una conversación muy fluida con Brújula Digital señala que la crónica tiene reglas muy estrictas, un esquema poco flexible, que da poco para la imaginación, para la realización y las figuraciones. Precisamente fueron esas sensaciones, esas realizaciones que llevaba consigo el autor a lo largo de su vida personal y profesional, que necesita encontrar alguna salida.  “Y creo que la mejor salida es la ficción porque la imaginación permite dar vida a estas cosas que vemos a lo largo de nuestra vida profesional”, señala.

¿Todos los personajes son ficción o hubo alguno real? se le pregunta y rápidamente responde: “Toda ficción tiene un anclaje en la realidad, ya sea en los personajes, ya sea en las situaciones, ya sea en los escenarios, etcétera, pero una de las condiciones de la literatura es que todo personaje resulte creíble”.

Y pone a colación los personajes que construyó el colombiano Gabriel García Márquez para poblar el pueblo de Macondo, “son personajes fantásticos, que no se tiene duda alguna de que existieron porque son personajes creíbles”.

En el caso Figuraciones, Salazar señala que varios personajes son también la composición de varios personajes, con excepción del “Che” Guevara en el cuento El espejo.

“Desde que cubrí la guerrilla del Ché hace 50 años, siempre me pregunté durante todo ese tiempo ¿cómo fueron los últimos minutos de vida del Ché Guevara cuando sabía que iba a ser ejecutado, cuando vio al sargento que lo iba a ejecutar?. Son segundos seguramente y yo pensaba ¿qué película se le pasó por la mente?, que me imaginaba que es lo que le pasa a todo condenado a muerte”, asegura.

Trató entonces el autor de imaginar esos instantes finales del “comandante” argentino, que son parte de la imaginación. “Alguna vez me dijo Gustavo Rodríguez Ostria, que la ficción se da libertades que la historia no lo permite”.

En Casilda, el autor se basa en la mitología de su tierra, Tupiza, rescata sus propios miedos infantiles, como el duendecillo que asusta a la gente o incluso embaraza a la campesina dejándole un “hijo opa”, o El triste Pizarro que fue un personaje al que vio el autor una sola vez en su vida, y que a partir de esa imagen de tristeza en su rostro construyó no solo al personaje, sino el cuento.

Salazar al momento de elegir a sus personajes, los rescata de su propia vivencia, los recoge de su experiencia, como el caso de Lenca, una mujer de la guerrilla centroamericana. Aquí vive la muerte se inspiró en una campesina de El Salvador.

¿Sufriste con tus personajes al momento de escribir estas ficciones basadas en personajes y narrativas? a lo que responde: “ha sido un parto particularmente difícil porque la tendencia de cualquier periodista es irse a la crónica, pero los únicos que han logrado esa maravillosa síntesis son Ernest Hemingway y Gabriel García Márquez, que han logrado contar un cuento como si fuera crónica y una crónica como si fuera un cuento”.

Juan Carlos Salazar se pasó toda la cuarentena escribiendo, reescribiendo, buscando la palabra justa, la frase justa que mantenga la atención narrativa, aquella que atrape al lector. Y confiesa que una vez que publica su libro no se vuelve a leer.

Así, el autor tupiceño nos trae siete cuentos bien logrados que atrapan al lector desde el principio; Casilda, El triste Pizarro, ¿Acaso crees en Dios?, El santo prestado, Quitapesares, Aquí vive la muerte y El espejo.

BD JMC

Brújula Digital – 25 de septiembre de 2021

Carta pública al periodista Juan Carlos Salazar

Carlos Decker Molina

He decidido dirigir una carta pública al periodista Juan Carlos Salazar del Barrio a propósito  de su libro de cuentos Figuraciones.

Querido Gato, me has conmovido con tu libro de cuentos. Están muy buenos. Como siempre (nos pasa con los que escribimos cuentos), hay súper buenos, buenos, menos buenos, pero siempre buenos. 

Entre los súper buenos está Aquí vive la muerte. ¡Qué historia! Tan bien narrada. La mezcla de aquella vieja mística revolucionaria con la caradurez de los jefes y, además, el  amor en medio de las balas. La poesía y la vida del soldado que se está jugando el pellejo por algunos versos bien aprendidos. Tiene un parentesco político con mi novela El Eco de los gritos

Los primeros cuentos tienen ese guiño campesino de tierra adentro que también está en los textos del mexicano Juan  Rulfo o el peruano Arguedas. Frescos, amorosos, llenos de sentimiento, sin llegar al ismo.

Hay frases inolvidables: “El duelo eterno con la sonrisa vestida de luto” o “el cambio de aire es el mejor bálsamo para el dolor de las horas amargas”. O esa otra: “… en busca de una llave para que le permitiera abrir la puerta de las confidencias”. 

Te diré algo, querido Gato, que me dijeron a mí cuando presenté mi novela Tomasa. Me dijeron: “Ustedes los periodistas ejercitan la escritura de siempre, por eso las novelas o cuentos que escriben no tienen los perifollos de los escritores de capilla”.

Tu cuento del boxeador es otra joya o el de El santo prestado. En fin, tu libro no tiene desperdicio. Esos párrafos del enamorado que lee el horóscopo en un diario y luego en varios, buscando siempre el horóscopo, es la gran metáfora de esas pasiones que no son amor, son metejones que no se olvidan.

Unos cuentos que nos llevan desde los campos floridos de tu Tupiza hasta ese espejo en el que se mira el Che, pasando por las guerrillas salvadoreñas y el México de los amores y el exilio. 

¡Ah las ferias del libro! Gran manera de convertir a los escritores en vendedores ambulantes, pero también es el lugar donde uno se encuentra con los lectores, que suelen afirmar: “¡Qué lindo escribe señor!” O como ese otro, ese lector profundo,  que quiere saber  si sigue con vida  la abuela Herminia, la abuela de Casilda.

Finalmente, te quiero agradecer, querido Gato, quiero agradecerte por tu libro leyendo unas líneas  de mi cuento favorito:

“Lenca lo sabía. Lo sabía desde el momento en que se echó en brazos de la causa como quien abraza a un amante clandestino. Sin mirar para atrás, sin importarle el hoy ni el mañana. No le tenía miedo a la muerte, lo sabe Dios, porque, como la vida misma, convivía con ella. Sí le temía a la soledad del sepulcro. ‘Toda tumba –decía, parafraseando no sé a quién– debe albergar dos corazones, aunque ellos no lo sepan’. Yo también lo sabía, pero, claro, una cosa es saberlo y otra vivirlo”.

Felicitaciones, querido Gato.

Estocolmo, 20 de septiembre de 2021

Salazar: «El periodismo y la literatura son orillas de un mismo río»

Liliana Carrillo V. /  La Paz

Un hombre triste, muy triste; una niña curiosa, no mucho; un paisano reconvertido en charro mexicano; un Jesús que no creía en Dios, y un mesías muy humano que se mira en el espejo. Esos son algunos de los personajes que pasean por los cuentos de Juan Carlos Salazar, maestro de periodistas, que incursiona por primera vez en la literatura con el libro de relatos Figuraciones.

La obra editada por Plural, cuyo dibujo de la tapa tiene la firma del artista Luis Zilveti, será presentada este sábado 25 de septiembre, a las 19:00, en la Feria Internacional del Libro de La Paz. La periodista Amalia Decker comentará el trabajo.

Es su primer libro de cuentos y uno se pregunta por qué. Si el Gato —el famoso apodo de Salazar— es experto en contar historias: en vivo y en directo cuanto charla o desde la maestría de su pluma, que ha corrido certera por crónicas de batallas modernas, derrocamientos de tiranos e investiduras de Papas durante décadas como corresponsal.

En esos años nacieron algunos de los cuentos y con los años fueron más. Durante la pandemia, el autor los revisó una vez más y  se dio cuenta que, como Borges, se había cansado de  corregir. Era el momento de publicarlos y ello significaba el salto del periodista al mundo de la ficción.

El volumen incluye siete cuentos: Casilda (que se publica hoy en Letra Siete), El Triste Pizarro¿Acaso crees en Dios?, El santo prestado, Quitapesares, Aquí vive la muerte y El espejo. Transitan por ellos personajes que reflejan el  “heroísmo de los derrotados, la audacia de los inocentes, la porfía de los sobrevivientes”. Y transita también el humor y  la poesía bien dosificados de acuerdo a la naturaleza de cada relato.

Sobre el cuento, la literatura, el periodismo, la crónica –y las fronteras que los separan o los puentes que los unen– conversamos con Juan Carlos Salazar, Premio Nacional de Periodismo, exdirector de Página Siete y actual  director de la carrera de Comunicación de la UCB:

Tras su exitosa carrera en el periodismo, ¿cuál fue el impulso para sacar su primer libro de cuentos?

Transmitir vivencias, sensaciones y percepciones que no tienen cabida en una crónica o en un reportaje. Las estructuras periodísticas, incluso las más flexibles, como la de la crónica, tienen reglas rígidas que no permiten fantasías ni “figuraciones”. Yo he dedicado mi vida profesional a describir el mundo real desde el periodismo. Ahora quiero hacerlo desde la literatura, seguro de que la ficción cobra vida y recupera certezas cuando la imaginación desvela lo que la realidad oculta.

Para muchos periodistas la ficción es casi una mala palabra. ¿Cómo aborda un emérito periodista el mundo de la ficción en el que los hechos, los personajes no deben ser reales sino –más complejo aún- verosímiles?

García Márquez decía que la novela y el cuento admiten la fantasía sin límites, pero que el reportaje tiene que ser verdad hasta la última coma, aunque nadie lo sepa ni lo crea. Siguiendo el mismo razonamiento, podríamos decir que la ficción debe ser verosímil para ser creída. El Gabo pobló Macondo de seres imaginarios, pero ¿alguien podría dudar de la existencia de Remedios, La  Bella, que ascendió a los cielos en cuerpo y alma, o de Aureliano, el hijo de Aureliano Babilonia y Úrsula Amaranta que nació con cola de cerdo? ¿Acaso no quedamos convencidos de que Mauricio Babilonia caminaba seguido por una nube de mariposas amarillas?

El título del libro –Figuraciones– alude precisamente a “cosas que se figuran o imaginan (RAE)”, pero ¿cuánto de realidad inspira los relatos’? Pienso, por ejemplo, en “El espejo”, que bien podría funcionar como crónica de los últimos momentos del Che Guevara.

Todo relato está basado en percepciones de la realidad, sensaciones fugaces, que cobran cuerpo y sentido gracias a la imaginación, pero también en vivencias inacabadas. Siempre me pregunté cómo vivió el Che esos dos o tres minutos últimos de los condenados a muerte, qué le pasó por la cabeza cuando se dio cuenta de que había llegado su hora final. Al comentar este cuento, el historiador Gustavo Rodríguez Ostria, autor de una biografía inédita del Che, dijo que la ficción permite una libertad que el historiador no dispone. Es lo que hice. Llenar con imaginación un espacio que la historia dejó abierto.

Los cuentos de Figuraciones transitan por temáticas diversas que van desde miedos infantiles hasta amores de guerrilleros. El resultado, permítame decirlo, crea personajes entrañables como el Triste Pizarro, el Jesús que no creía en Dios o el mexicano-boliviano. ¿Cómo elige sus personajes y sus historias?

Estaban ahí, donde los encontré, pidiéndome que contara sus historias.

Los escenarios donde se desarrollan  los cuentos son también diversos, desde el campo valluno (presumo su Tupiza natal) hasta Centroamérica en guerra. ¿Cómo traza su cartografía literaria?

El azar y los propios personajes. En todo caso, como digo en uno de los cuentos, los escenarios se apropian de las personas, las recrean y las hacen suyas, hasta convertirlas en ánimas o fantasmas, según los humores y amores que recogen en su transitar por cada entorno.

A su pluma reconocida en crónicas, se suman dos elementos fundamentales en Figuraciones: uno es el humor, qué brilla por ejemplo en El santo prestado, y la poesía. que emociona en Quitapesares. ¿Cómo maneja esos recursos?

No están en las palabras. Están en los personajes y hay que ser fiel a ellos. Si el autor tiene algún mérito, es haberlos detectado en las apariencias que van dando paso a las figuraciones. Al fin y al cabo, las apariencias no son otra cosa que realidades que se visten de poesía para burlar los sentimientos. Ocurre lo mismo con el humor. Nace del personaje y vive con el personaje.

¿Qué hace que los siete cuentos que incluyen Figuraciones sean una unidad?

El heroísmo de los derrotados, la audacia de los inocentes, la porfía de los sobrevivientes.

A la irrupción de jóvenes escritores  se suma una tanda de experimentados en otras áreas que debutan en literatura –pienso en Patiño y Zaratti desde la columna, usted desde el periodismo– ¿Cómo ve la actual literatura boliviana? ¿Habrá un nuevo impulso a partir de la mirada de estás generaciones diversas?

La creación literaria es un acto individual, muy personal. No creo mucho en las modas ni en las etiquetas, tal vez en las coincidencias. Es difícil saber cuán perdurable o influyente será la producción literaria de los escritores contemporáneos. En cuanto a los colegas que incursionaron en la literatura, y conozco a varios, no dudaría en afirmar que tienen mis mismas motivaciones.

 ¿Cuáles son sus referentes literarios imprescindibles?

Juan Rulfo, Horacio Quiroga, Augusto Monterroso y, desde luego,  Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, a quienes leo y releo desde mi juventud. Como periodista, no puedo dejar de mencionar al Gabo y a Ernest Hemingway, quienes lograron lo imposible: contar una crónica como un cuento y un cuento como una crónica.

En esta “civilización del espectáculo” (Vargas Llosa dixit), ¿por qué vale la pena apostar por la literatura?

Es una apuesta personal. Tal vez uno escribe para uno mismo, por la necesidad que tienes de volcar sentimientos que llevas dentro y que de otra manera no encontrarían salida, a diferencia del periodismo, que es un oficio nacido para contar las cosas de los demás.

Periodismo o literatura? ¿Crónica o cuento? ¿Por qué?

Como decía un querido colega español Manu Leguineche, periodismo y literatura son orillas del mismo río. Tengo a muchos amigos periodistas que han cruzado el río, sin poder resistirse a la tentación literaria. Yo mismo abandoné la orilla que frecuenté durante toda mi vida profesional.

¿En qué obra nueva trabaja ahora? ¿Una novela acaso? Bloom decía que la novela es la corriente que conjunciona todos los géneros.

Quiero terminar un libro de crónicas, que empecé durante la cuarentena, sobre mi experiencia en la cobertura de conflictos armados. Será el último de crónica periodística, instalado como estoy en la otra orilla del río. Tengo algunos otros planes, pero no muy definidos. Quise publicar estos primeros cuentos, escritos también durante la cuarentena, porque, como dijo Borges, me cansé de corregirlos.

Página Siete – 12 de septiembre de 2021