Algunas “semejanzas” del autor de “Semejanzas”

José Antonio Quiroga

Juan Carlos Salazar –Don Gato, como es más conocido entre los amigos– acaba de cometer un nuevo libro. Hace pocos meses publicamos una obra suya, en coautoría con Humberto Vacaflor y José Luis Alcázar, titulada La guerrilla que contamos, y, antes de reponernos de esa aventura, ya nos llega esta nueva “entrega”, como dicen los periodistas, que reúne esbozos biográficos de 39 personas a los que la generosidad –o la malevolencia– del autor llama “gente poco común”.

Este es un libro –Semejanzas– que Don Gato venía preparando desde hace varios años. Muchas de las notas fueron redactadas con sentido de oportunidad –un aniversario, una defunción, algún suceso político–, pero la mayoría son más bien ejercicios inactuales que revelan la vena literaria de este gran periodista boliviano.

La selección de los retratados muestra su larga trayectoria en Latinoamérica y España, a lo largo de 50 años de ejercicio profesional, que lo llevó a conocer a personas destacadas del mundo cultural, político y social. El hecho de haberme incluido en esa selección, me da ahora el derecho a la retaliación. Así que ofreceré un esbozo del Gato que yo conocí, que se parece mucho al que todos admiramos, con algunas excepciones de carácter testimonial.

A Juan Carlos Salazar y a Etel Elena –su esposa, que parece sólo llevar nombres en lugar de apellidos– los conocí durante una estadía de tres meses en Buenos Aires el año de 1973, en casa de Marcelo Quiroga Santa Cruz y Cristina Trigo, mis tíos. Marcelo y Gato estaban exiliados por la dictadura de Banzer y los unía el destierro, el oficio periodístico y la militancia en el Partido Socialista. Recuerdo un almuerzo en el que también estaba Juan José Torres y su esposa junto a otros exiliados bolivianos. Yo tenía unos 14 años y despertaba al mundo de las ideas y de la política.

Al regresar a Bolivia me incorporé a una organización revolucionaria en la resistencia y mi aventura duró poco más de dos años. Tuve que salir al exilio antes de terminar el colegio y allí me reencontré con Don Gato y su pandilla, como le llamaba yo a su familia. Marcelo y Gato huyeron de la Argentina, arrastrando a sus familias a un nuevo exilio, esta vez en la generosa patria mexicana. Yo terminé el colegio y suspendí mis estudios universitarios para regresar a Bolivia con Marcelo a fines de 1977. Poco antes del golpe de García Meza, regresé a México a continuar mis estudios y allí me reencontré con Gato y su pandilla.

El 17 de julio de 1980, Ricardo Pérez Alcalá me invitó a almorzar a un elegante restaurante japonés en el barrio de la Condesa. Cuando llegó me dijo que había estallado un golpe de Estado en Bolivia. Desde el restaurante lo llamamos a Gato para confirmar la noticia. En esa época no había celulares ni Internet y las noticias llegaban por teletipo. Gato me dijo que aunque las noticias eran confusas parecía confirmado el asesinato de Marcelo. Así como uno no olvida el primer beso, tampoco olvida jamás a la persona que te transmite la noticia de la muerte de un ser querido.

Los meses siguientes fueron de mucha actividad política: llegaban oleadas de exiliados, incluyendo a la viuda y los hijos de Marcelo. Con Gato organizamos al Partido Socialista en México y nos incorporamos al CONADE. Publicamos dos libros: Una sola línea, que era una compilación de los documentos del PS-1 entre 1977 y 1980, y El asesinato de Marcelo Quiroga Santa Cruz, que reunía testimonios y homenajes relacionados con la vida y la trágica muerte de Marcelo. Algunas de las semblanzas contenidas en este libro, Semejanzas, corresponden a amigos comunes de esos años de exilio mexicano: Héctor Borda, Quico Arnal, Juan Rulfo, Gregorio Selser, Chingo Baldivia, Roger Cortez y Cayetano Llobet.

Gato trabajaba en la Agencia Alemana de Prensa (DPA), en una oficina de la avenida Reforma. Yo era colaborador semanal del diario El Universal y comenzaba a hacer mis primeras experiencias como columnista. Recuerdo una vez que Gato me dijo que conocería al personaje que inspiró a Quino para crear a Felipito. Cuando lo vi, no pude reprimir la carcajada. Efectivamente, se parecía mucho a sí mismo. Gato siempre fue una persona con gran sentido del humor, lo que lo ha ayudado a sobrellevar las penurias de la política con gran bonhomía.

En Madrid lo vi una sola vez. Yo regresaba de Senegal y Gato me ofreció alojarme en su departamento en Chamartín, si no me equivoco. Llegué a las cinco de la mañana y toqué el timbre. Nadie me abrió y tuve que acurrucarme sobre el felpudo hasta que alguien se desperezó a eso de las ocho. Esa muestra de hospitalidad dio lugar a una infinidad de bromas. Hasta que finalmente Gato se jubiló y decidió regresar con Etel a Bolivia. Y desde que llegó no hemos dejado de hacer algunas cosas juntos, como la publicación del quincenario Nueva Crónica y Buen Gobierno que él dirigió durante unos meses y del que yo fui editor durante siete años, y de sus estupendos libros, como Semejanzas.

Gato es para mí un ejemplo de periodista que conoce su oficio y que practica la ética de su oficio con verdadera maestría. Es también un ejemplo de consecuencia política, en un mundo que ha dado dos volteretas desde que derribaron el muro de Berlín. Lo he visto de cerca en su paso por la dirección de Página Siete en la que tuvo que lidiar con el “cártel de la verdad”, y en sus incesantes artículos sobre la vida de esta su segunda patria –Bolivia– porque, como todas sabemos, su primera  y definitiva patria es Tupiza.

(Texto leído en la presentación del libro Semejanzas, el 7 de junio de 2018)

Gato encerrado

Alfonso Gumucio Dagron 

Este Gato no es pardo, se lo distingue claramente incluso de noche.  Tampoco es negro, de modo que quienes se cruzan con él no sufren ninguna calamidad, más bien les trae buena suerte, como a mí. Este Gato es Juan Carlos Salazar del Barrio, periodista. 

Hay muchos refranes populares y anónimos que hacen alusión a los gatos: “como gato panza arriba”, “siete vidas tiene un gato”, “gato maullador no es buen cazador”, “con los curas y los gatos, pocos tratos”, “buscarle cinco patas al gato”, “gato con guantes no caza ratones”, “cuando el gato está ausente los ratones se divierten”, “cara de beato y uñas de gato”, “la curiosidad mató al gato”, “dar gato por liebre”…, y muchos más, pero yo he optado para el título de este texto: “Aquí hay gato encerrado”.

En Semejanzas hay Gato encerrado en cada página, pero como los gatos son sigilosos no se deja ver fácilmente. Entre las 42 semblanzas en este libro, la del propio autor atraviesa las demás.

Porque lo maravilloso de los retratos es que el retratista se mira en los personajes y no todos los lectores se dan cuenta de ello. Se retrata en los valores, en las aventuras, en las complicidades y en los sueños de los retratados. Por eso es que en lugar de semblanzas, le queda muy bien al libro el título Semejanzas.

Alguna semejanza hay también entre el Gato Salazar y yo, puesto que me invitó a presentar su libro. Estas semejanzas datan de varias décadas, dos exilios y numerosos desayunos en algún café de Ciudad de México (en el Café Habana, donde muchos años antes se reunía Fidel Castro con los que se irían en el Granma a Cuba), o en años recientes en San Miguel en un café con nombre de especia.

El exilio suele unir y consolidar amistades solidarias entre los que tienen buena calidad de argamasa. Al Gato le debo mi primer trabajo en el diario Excélsior cuando llegué becado por el general García Meza con una mano atrás y otra adelante. Esos meses que pasé en la sección internacional dicen más de su solidaridad que de mis desvelos.

Así fue siempre, porque cuando regresé a México luego de un año de trabajo en la Nicaragua sandinista, me ofreció escribir reportajes sobre cine para el servicio especial de la DPA (la Agencia Alemana de Prensa), y eso me permitió no solamente ganar unos pesos sino conocer a personajes tan emblemáticos como el Indio Fernández, Gabriel Figueroa, Irene Papas, Alberto Isaac, Rui Guerra o Cantinflas, a quien fuimos a entrevistar juntos.

Entonces, así se va tejiendo eso que se llama complicidad, ingrediente indispensable de toda amistad. Y por esa complicidad es que varias de las semejanzas retratadas en este libro resuenan en mi memoria como fragmentos que recorrimos juntos.

Puesto que  “gato con guantes no caza ratones” el autor escarba la vida de sus retratados con generosidad, es decir sin maltratarlos pero yendo más allá de la contemplación pasiva para escudriñar los pequeños rasgos que definen una personalidad, tal como los dibujos que solía hacer Pérez Alcalá de sus amigos –entre ellos el propio Gato–.

El autor dibuja como si tuviera en la mano un carboncillo. Esa cualidad de descifrar a los personajes hace la diferencia entre el retrato neutro de una enciclopedia y un relato vivido: la diferencia está en el testimonio, en la crónica personal y en la cercanía con la que se entrega un efusivo abrazo a un amigo (sin robarle la cartera, pero quizás un pedazo de su alma). 

En Semejanzas no están todos los que son, ni son todos los que están (y alguno sobra a mi criterio) pero así son los libros de tipo antológico, porque no se puede poner todo en un libro como no se puede incluir todo en un cuadro o en una película. El Gato ha conocido de cerca de muchos otros personajes.

El riesgo de algunos de estos esbozos o apariencias (Quico Arnal, por ejemplo) es que quien no haya conocido a los personajes retratados puede quedarse con sabor a poco, pero quienes los hemos conocido, disfrutamos con esa mirada de microscopio que completaría la más sesuda biografía.

Otros textos, más extensos, introducen a los personajes de cuerpo entero ante cualquier lector, como sucede con los relatos entrañables sobre Amalia Decker, Pepe Ballón, Goyo Selser, Liber Forti, el Tata Gramunt, el Chingo Baldivia, Filippo Escóbar o el Chino Sánchez, entre otros, donde el vínculo personal con ellos es fundamental para enriquecer la crónica y hacerla única, es decir, diferente a la que cualquier otro periodista podría cocinar con base en información ya publicada.

Finalmente están los retratos menos cercanos (pero no menos interesantes) de personajes que el autor no ha frecuentado mucho, por lo que no es fácil capturarlos en su vida cotidiana. Es el caso de Luis Ramiro Beltrán, Domitila de Chungara, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Vargas Llosa, Juan Pablo II y algún otro personaje fotografiado con teleobjetivo sin que ello disminuya la acuciosidad de las observaciones, sobre todo para revelar los vínculos con Bolivia en el caso de los que no son bolivianos pero tuvieron algo que ver con nuestro país.

Aunque estos son simples esbozos de apariencias, como señala el autor en su introducción, uno echa de menos las referencias al pie de página de aquellas frases o párrafos entrecomillados, pues no siempre se entiende si provienen de una entrevista o conversación sostenida con el autor de la crónica, o de otra fuente que merecería el crédito respectivo.

Mención aparte merece un texto que me ha conmovido, donde el personaje se impone con fuerza: José María Bakovic, una de las víctimas de la judicialización de la política, sobre quien Juan Carlos Salazar escribe un texto inspirado y dolido.

“Nada de lo humano me es ajeno” escribió Publio Terencio Africano (el esclavo liberado) casi 200 años antes de nuestra era cristiana. La frase le viene bien a este libro que no aborda la comedia humana sino, casi siempre, la ternura, el respeto y la amistad, que quizás son al fin de cuentas, parte de lo mismo: la semejanza entre los que comparten los mismos valores humanos.

(Texto leído en la presentación del libro Semejanzas, el 7 de junio de 2018)

Página Siete –  10 de junio de 2018

Con los ojos escrutadores de un gato

Carlos D. Mesa Gisbert

Un libro de semblanzas, aunque su título sea inteligente y sugestivo, puede ser una trampa, la de los fragmentos deshilvanados, la de pedazos inconclusos e insuficientes, la de lo efímero, una recopilación que interesa hoy y será olvido mañana.

Juan Carlos Salazar del Barrio, Gato a efectos de su verdadera y única identificación, la que le han dado sus ojos únicos y escrutadores, asume el reto. Sabía de su vida porque como periodista que soy, escuché de él como referencia del buen hacer en los tiempos duros del trabajo que en Bolivia estuvo a salto de mata entre la “dictablanda” (como él prefiere calificar al gobierno democrático de René Barrientos) y la dictadura (ésta sí con todas sus letras) de Hugo Banzer.

El Gato es parte de una generación de periodistas bolivianos de leyenda, entre los que se cuentan José Luis Alcázar, Ted Córdova, Humberto Vacaflor o Ana María Campero y es discípulo (¿preferido?) de ese maestro que se llama José Gramunt de Moragas (monárquico y más español que catalán, pero boliviano de vida). Le tocó como a tantos otros dejar, obligado, su tierra y hacerse fuera. En varios y exigentes destinos demostró de lo que era capaz en una profesión más que competitiva.

Recién lo conocí de veras cuando se hizo cargo de la dirección valiente y comprometida de Página Siete, una voz que desafió el intento imposible del monólogo gubernamental del Presidente Morales basado en la hipótesis conocida y desgastada de la “hegemonía imprescindible para el cambio”. Gato llevaba entonces en la espalda, literalmente, una vida entera dedicada al periodismo, el de la redacción, la corresponsalía, la investigación, pero sobre todo aquel que recoge directamente los hechos, con un acontecimiento como emblema, la cobertura de la presencia de un mito viviente en el país, el Che y su guerrilla.

Estas páginas, contra lo que supuse, se acercan a la totalización de un tiempo extraordinario, el que cubre la década más intensa del siglo XX (guerras aparte), la de los años sesenta y a partir de allí el intenso y turbulento periodo que culminó con la reconquista de la democracia en los albores de los años ochenta. Aunque algunas de las figuras escogidas nos traen hasta los días que corren.

Cuando el Gato me dio los originales del libro y lo ojeé someramente, me pregunté si tenía sentido mezclar figuras bolivianas con otras internacionales y si esa mezcla no le haría un flaco favor a la coherencia de los protagonistas escogidos. Pero nuestro autor es un “toro corrido en muchas plazas”. Juan Rulfo, Manuel Leguineche, Gregorio Selser, César Menotti (quizás menos), Juan Pablo II, Gabo y Fidel Castro (¡cómo no!), tienen mucho que ver con las dos puntas de este texto su –si se me permiten las expresiones–  bolivianidad y latinoamericanidad que, bien vistas, son una y la misma.

¿Estilo?, es allí donde el autor combina la calidad narrativa, los hechos, el perfil humano de los personajes y la historia intensa que fluye detrás. El libro es un trasiego que hipnotiza de los momentos intensos y alucinantes de nuestro pasado a partir del pincel, no sólo de las pinceladas. Así, rompiendo moldes, Gato prescinde de las simetrías y las proporciones “justas” de cada texto, del orden “natural” de la cronología.

Cada personaje es un mundo diferente, a cada uno le corresponde una aproximación, una extensión, unas impresiones que pueden marcar mejor la naturaleza íntima del retratado. No hay reglas porque además las miradas son distintas ya que fueron escritas en diferentes momentos y contextos.

Gato demuestra una vez más en estas páginas el gran parentesco y vinculación entre periodismo y literatura. La idea de los escritos a vuelapluma más próximos al periodismo, o la profundidad y la exigencia de “calidad” entendida como manejo de la lengua, la imagen y la metáfora, se van diluyendo ante la conciencia plena del autor de que atrapar al lector es un imperativo. Por momentos algunas semblanzas tienen un “lead”, aquel clásico principio de que las tres primeras líneas definen el éxito o el fracaso de un reportaje. Podríamos añadir que los subtítulos debajo de cada nombre cumplen también esa tarea. Y, por supuesto, está la inocultable proximidad emocional, aquella que marca la cercanía entrañable del conocimiento y de la amistad que les da a varios de los perfiles un toque de intensidad interior.

“La comida como la pintura entra por los ojos”, Enrique Arnal. “Era un hombre que se parecía a sí mismo”, Rulfo. “No se van a atrever”, Marcelo Quiroga Santa Cruz. “El periodismo está acabado”, Leguineche (quizás no le faltaba razón al decirlo). “Le pedía (a Dios) que lo liberara del cáliz que estaba acabando con su vida”, José María Bakovic. “Su muerte preanunciada al estilo del cine de Sam Peckinpah”, Luis Espinal…

Hay textos en los que el Gato se entusiasma y se extiende, nos cuenta apasionado la historia de un libertario como Líber Forti y la ética de un anarquista; la de ese curioso espía que llegó del frío que era el Chino Sánchez y la odisea de la expulsión de Klaus Barbie; el surrealismo hecho vida del Canalla Montesinos, el periodista y su desopilante “libro Blanco de Lidia Gueiler”; el papel higiénico convertido en modelo de derecho por Reynaldo Peters; la mirada azorada de la entrañable Loyola Guzmán en su encuentro con el Che; el volcán incontenible llamado Filemón Escobar, hombre comprometido con su tierra hasta el dolor…

Retazos perfectamente escogidos y narrados que construyen nuestra vida colectiva. Líneas apasionantes y entretenidas, y aquí la palabra no tiene –como no puede tener– ninguna sinonimia con superficialidad. Quien es capaz de atrapar al lector y entretenerlo, logra lo que cualquier escritor debe lograr: cautivar.

En estas páginas compruebo además del periodista de pura raza el talento para reflejar una parte de lo que fuimos en varios de quienes tuvieron o tienen vidas dignas de ser contadas… y en este caso muy bien contadas.

(Prólogo al libro Semejanzas)

Página Siete – 3 de junio de 2018

“Somos como nos ven”: Salazar retrata 41 personajes inolvidables

Liliana Carrillo V. / La Paz

“La semblanza no es una historia de vida, ni siquiera un perfil, sino una visión fugaz: una apariencia, una semejanza”, define Juan Carlos Salazar. El experimentado periodista  reúne 41 retratos de sus “personajes inolvidables” en el libro Semejanzas, que se presenta el jueves en la UCB.

La casa de Juan Carlos  Salazar del Barrio está llena de gatos. Los hay pequeñitos de cerámica,  gordos de peluche, exóticos de vidrio y originales de fierro. Unos,  alebrijes felinos,  miran con ojos de espanto y otros se insinúan apenas  en acuarelas. Si no fueran los ojos claros que le valieron el apodo de Gato,  sería  hoy suficiente su colección gatuna.

Cofundador de la agencia ANF, corresponsal por 20 años de la  Agencia Alemana de Prensa (DPA) en Bolivia, Argentina, México, América Central y Cuba. Más tarde, director  del Servicio Internacional en Español de esa agencia, Salazar fue también director de Página Siete y recibió el Premio Nacional de Periodismo.

“Creo que el periodismo me eligió a mí y no al revés”, cuenta y recuerda que toda su adolescencia había pensado estudiar geología, para continuar el negocio minero paterno; no obstante, reprobó el examen y se topó con el padre Gramunt y con el periodismo. No hubo retorno.

En un viaje a Palos Blancos, para cubrir el plan de colonización en la década de  los años 60, descansando a la orilla de un río, determinó su destino: “Decidí ser corresponsal de prensa. Luego Banzer, obligándome al exilio, concretó ese objetivo”. Y así se fue medio siglo.

Ahora, que ha dejado de cubrir guerras, de entrevistar presidentes, de cambiar de residencia y ha logrado finalmente reunir su colección gatuna diseminada por el mundo, el corresponsal de prensa se dedica a la docencia, investiga, escribe y siente que está en casa. “Dicen que tu hogar está donde están tus libros; en mi caso  es también donde están mis gatos”, dice con una sonrisa.

El año pasado publicó La guerrilla que contamos, sobre la cobertura periodística de la guerrilla del Che  y del Ejército boliviano en 1967. También fue parte del libro Cabalgata sin fin de Página Siete y ahora presenta Semejanzas. Es una época prolífica.

Lo que pasa es que cuando me vine de Madrid en 2010, después de jubilarme en DPA, tenía el plan de hacer las cosas  pendientes, varios libros que requerían un  trabajo metódico… Vine con esa idea pero inmediatamente me puse a trabajar. El padre Gramunt me pidió que lo ayudara con la agencia Fides y estuve un año en ANF. Después me llamó Página Siete para la dirección en la que estuve más de tres años. Por eso puse  un límite al tiempo de la dirección del diario para encarar las cosas que tenía pendientes. Una de ellas, este libro.

¿Cómo eligió a los 41 personajes que retrata en Semejanzas?

Es un libro  bastante autobiográfico en el sentido de  que las semblanzas son de gente que he conocido. Con muchos he  estado unido por la amistad –Liber Forti, Enrique Arnal, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Luis Espinal, Pepe Ballón…– y con otros por razones circunstanciales profesionales –Fidel Castro, Juan Pablo II, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo…–. Escribir de ellos implicaba buscar en mi memoria recuerdos, revisar mis apuntes y también visitar hemeroteca para precisar fechas.

Otra característica es que la mayoría de las semblanzas ya las publiqué   pero en versiones resumidas, para el periódico. Ahora las he ampliado y  actualizado,  algunas son nuevas. Son 41 semblanzas, la mayoría de bolivianos  y en general son personajes positivos. No podría escribir, por ejemplo, de García Mesa porque no encuentro el tono.

La semblanza es uno de los géneros híbridos  más complejos,  ¿cómo la encara?

Pienso que es el género más difícil pero el más lindo de todos. Cuando era niño en mi casa de Tupiza siempre había tres revistas que compraba mi padre: Selecciones del Reader’s Digest,  Life en español y   Visión. Y desde muy niño yo leía algunas secciones que eran mis favoritas en Selecciones: Citas citables y Mi personaje inolvidable,  que eran semblanzas de gente común hechas por gente común. Los reseñados eran personas positivas, que de alguna manera eran un ejemplo en su comunidad, en su ciudad. Y ese fue mi primer acercamiento al género.

Después, cuando vine a La Paz y era estudiante de secundaria, me topé con las semblanzas de Paulovich (Alfonso Prudencio Claure). Él tenía una sección en Presencia Literaria de personajes de la época que se llamaba Apariencias y que  recomiendo leer a todo periodista. Ese fue mi segundo acercamiento.

Ya siendo periodista quedé asombrado por las semblanzas de John Dos Passos en su trilogía USA, el gran dinero, donde, oscilando entre la novela y el testimonio, va intercalando semblanzas  y arma un retrato de  la época. Eso me impresionó mucho y desde entonces me apasiona la semblanza.

El reto de  la semblanza es alto, y el primero, quizás, traicionar al reseñado.

No es fácil retratar a una persona por una razón muy sencilla: la gente no es como cree que es o como pretende ser; la gente es como la otra gente la ve.  Entonces alguien me ve de una manera, otro de forma distinta y alguna de esas miradas puede no gustarme. Por eso creo que  el título de las reseñas de Paulovich es preciso: Apariencias.

En la presentación del libro cito una frase de  Felipito, el amigo de Mafalda, que decía: “Qué culpa tengo yo de parecerme a mí mismo”. No lo decía por cómo se veía a sí mismo, sino porque estaba preocupado por cómo lo veían sus compañeros de pandilla. Cito otra frase de Liber Forti, que está también retratado, que decía: “Soy como me ven, no como yo me anoto”. Y es así. Lo que  veo, lo cuento.

¿Y en cuánto a la estructura?, ¿cómo ha logrado escribir 41 semblanzas sin repetirse?

La semblanza depende de un tono y de un hilo conductor y esa combinación no es fácil. La biografía de una persona es  una cadena de anécdotas, que están una tras otra. Si las ves aisladamente no significan nada pero en su conjunto sí. Entonces el gran derrotero de la vida de una persona es la cadena de anécdotas;  y  el tono que debes encontrar   va a dar sentido a todo. En todo caso, la semblanza no es una historia de vida, ni siquiera un perfil, sino una visión fugaz: una apariencia, una semejanza. Casi todas mis semblanzas empiezan  con anécdotas, con algún hecho que encuentro significativo para dibujar a la persona como  la veo.

Julio Villanueva Chang dice que de cerca  nadie es normal. Al unir la cadena de anécdotas de otras vidas,  ¿no  ha encontrado  cosas que no le hubiese gustado haber descubierto?

Depende; por ejemplo, en la semblanza de Augusto Montesinos Hurtado, un periodista que le decían  El canalla,  cuento   anécdotas de él que, de acuerdo con  quien las interprete, pueden ser de alguien muy audaz o de un sinvergüenza. Montesinos era muy conocido en América Latina;  Vargas Llosa incluso lo había tomado como personaje para una novela por como era,  más interesante que Raúl Salmón de La Tía Julia y el escribidor.

Siempre, sin querer quizá, a partir de estas lecturas de Mi personaje inolvidable, he tratado de escribir sobre personajes positivos, por ejemplo Juan Rulfo o García Márquez, quienes, como todos, tienen luces y sombras. Cuento por ejemplo un episodio de debilidad de Rulfo vinculado al tema de Bolivia. Él fue el orador principal en el homenaje a Marcelo Quiroga Santa Cruz en México y después el Gobierno se tiró contra él por una alusión que hizo al Ejército mexicano. Él estaba  muy asustado, pensaba que lo iban a matar y yo me sentía  responsable porque yo  fui quien difundió el discurso en México porque había organizado el acto. Si ves esa anécdota en el conjunto del personaje le da una dimensión más humana.

¿Cómo logra esa dimensión con personajes históricos como el papa Juan Pablo II o Fidel Castro, por ejemplo?

La semblanza del Papa se titula Los viajes incómodos de Juan Pablo II  y se construye a partir del primer viaje de su pontificado que fue al México anticlerical que no tenía relaciones con el Vaticano. Los curas estaban prohibidos de vestir sotana en la calle y de celebrar cultos externos. Entonces el Papa  no llega  como jefe de Estado, porque no lo reconocía el Gobierno mexicano. López Portillo se ve obligado a darle la bienvenida y lo deja con su grey y Juan Pablo II moviliza a todo México en  el que era un  viaje ilegal. Cuento  también  sus viajes a Centroamérica tan controvertidos, a  Haití de la dinastía Papá Doc y termino con el viaje a Cuba que todo el mundo pensaba que era el principio de la caída del socialismo; pero el Papa se concatenó tan bien con Fidel, se sintieron los dos tan a gusto, que no pasó absolutamente nada. Fueron esos viajes incómodos de Juan Pablo II  que  cubrí como corresponsal de DPA.

En cuanto a Fidel Castro, mi primer encuentro   fue cuando él llegó a México, 30 años después de su partida en el Granma. Nos citaron a los corresponsales  y llegando nos dijeron que el entrevistado era Castro.  Esa noche hubo una cena de Fidel con López Portillo y con los periodistas que no seríamos más de 15. Y Castro comenzó a recordar su época en México, donde  él llegó para armar la guerrilla después de ser  liberado de su condena  por el asalto del 16  de julio. Se acordó del Che, del Granma, de la revolución. Estuvimos escuchándolo hasta las cinco de la mañana.

Después  me tocó volverlo a ver en Cuba. Es una  semblanza complicada, larga,  porque él es un personaje que polariza. Si muestras un lado positivo o negativo, te van a cuestionar.

Este y otros libros demuestran que un periodista nunca se jubila, ¿en qué trabaja ahora?

Ahora estoy trabajando otro libro para el  próximo año, también autobiográfico, sobre la cobertura de conflictos armados: la guerra sucia en Argentina, la guerra centroamericana, Chiapas, el periodo especial en Cuba, que es otra forma de guerra, y los primeros atentados  yihadistas en Europa que también me tocó cubrir.

Son otras facetas del periodismo. Con la jubilación dejas la coyuntura para hacer otra cosa. Yo creo que hay momentos para todo, y  hay siempre cosas que contar. Ya lo he dicho ya con el libro La Guerrilla que contamos: un periodista cuando cubre algún acontecimiento importante siempre vive dos historias: la  que cuenta y escribe para sus lectores; y la historia que vive para contar esa historia. Entonces lo que estoy haciendo es el reportaje del reportaje.

¿Cómo evalúa al actual periodismo boliviano?

En todas partes hay buen periodismo y mal periodismo,  buenos periodistas y malos periodistas, buenos medios y malos medios. Pero hay un hecho: la prensa boliviana no tiene recursos y es difícil  hacer algo sin dinero. Hay gente  talentosa que no tiene posibilidades ni de roce: por ejemplo en los alegatos en La Haya estaba acá toda la prensa chilena;  lo lógico era que nosotros enviemos  periodistas bolivianos a Chile, pero no hubo recursos.

Lo que sí  me preocupa es que  los propios periodistas no lean, a veces ni periódicos.  No puedes hacer buen periodismo si no lees buen periodismo. También sostengo que este es un oficio que se aprende. Al periodismo escrito lo va a salvar el buen periodismo y allí no hay nada que inventar.

41 esbozos biográficos de gente poco común

Semejanzas: Esbozos biográficos de gente poco común recoge las historias de vida  de 41 personajes, en su mayoría bolivianos, “que lo único que tienen en común es, precisamente, que son poco comunes”, resume el autor del libro, Juan Carlos Salazar.

La obra, publicada por Plural, se presentará este jueves  7 de junio en el auditorio VIP de la Biblioteca de la Universidad Católica Boliviana (calle 2, Obrajes,).  Y el sábado 9, en la Feria del Libro de Santa Cruz.

Las semblanzas se dividen de acuerdo con la actividad de los personajes. En el área  de Cultura figuran: Enrique Arnal Velasco: Quico a la arrabbiata; Pepe Ballón Sanjinés: El héroe anónimo; José Bayro Corrochano: El carnaval de la vida: Luis Ramiro Beltrán Salmón: El adelantado;  Héctor Borda Leaño: Con el idioma de la rabia; Robert Brockmann: El recreador de la historia; Amalia Decker: Protagonista de tragedias reales, creadora de ficciones.

Gabriel García Márquez: Un boliviano de corazón;  Manuel Leguineche: El descubridor de la “República del Quiquibey”; Hugo Rodas Morales: Marcelo Quiroga, biografía de una fascinación;  Juan Rulfo: Un tal Rulfo…; Gregorio Selser: El cronista de Sandino; Mario Vargas Llosa: Entre “dictaduras perfectas” y democracias imperfectas;  y Luis Zilveti Calderón: El músico del silencio.

“La semblanza de Arnal resulto breve pero no quise tocarla porque cuando uno siente que un texto está redondo es mejor no tocarlo”, comenta Salazar.

En el área de Sociedad incluye  semblanzas de: José María Bakovic: El hombre de las cábalas; Domitila Barrios de Chungara: La mujer símbolo; María Barzola: Fundadora de la saga de luchadoras mineras; Luis Espinal: La noche de los desalmados; Liber Forti: El “luchador amoroso por la justicia”; José Gramunt de Moragas:  “Navigare necesse est, vivere non est necesse”. Liber Forti fue un gran amigo e influencia en mi niñez en Tupiza.

Con Espinal tuve una relación singular: “él era mi subalterno en Fides y también mi catedrático en la universidad”, comenta Gato y añade: “Lucho era un hombre sencillo, tímido, nunca quería estar por encina de nadie. A los tres días de su asesinato, mataron  al obispo de San Salvador, a monseñor Romero, y Espinal  pasó  al segundo plano. En su humildad hasta en el martirio cedió protagonismo”.

También están los retratos de Juan Pablo II: El viajero incómodo; César Luis Menotti: El “filósofo” del fútbol y… la política; Augusto Montesinos Hurtado: El Canalla ; Reynaldo Peters : Un canto a la libertad en papel higiénico; Gustavo Sánchez Salazar: El hombre que sabía demasiado. “El Chino Sánchez  es el periodista que  arrestó a Klaus Barbie cuando fue subsecretario de Gobierno. Se lo veía mucho en Cuba y  los amigos lo llamábamos ‘nuestro hombre en La Habana’”, dice el autor.

En Política están: Salvador Allende: El “héroe romano”; Gloria Ardaya: Una mujer agradecida con la vida; José Chingo Baldivia: “¡Qué felices somos!”; Fidel Castro Ruz: El  superviviente; Roger Cortez Hurtado: Los “12 apóstoles” de los años de fuego; Filemón Escóbar: Filippo, el vendaval; Loyola Guzmán: Un  encuentro en la selva “entre damas y caballeros”; Cayetano Llobet: Así nomás había sido… Tano; Carlos Mesa Gisbert: Testigo, cronista y protagonista de la historia; Víctor Paz Estenssoro: Paradigma de una época; José Antonio Quiroga Trigo: La saga de los Quiroga Santa Cruz; Marcelo Quiroga Santa Cruz: La última campaña; Simón Reyes: Un hombre “curtido ante la muerte”; Eduardo Rodríguez Veltzé: Un negociador pragmático en busca del tiempo perdido, y Hernán Siles Zuazo: De puño y letra, al borde del abismo.

Página Siete –  3 de junio de 2018