Un agosto de malos presagios

No fue una fiesta patria cualquiera. La asunción de Víctor Paz Estenssoro, tras su reelección para un tercer mandato, en la soleada mañana del 6 de agosto de 1964, estuvo precedida de rumores de toda índole y de un creciente malestar político y social.

El presagio de la mala hora venía de la mano de su compañero de fórmula, el general René Barrientos Ortuño, quien se haría del poder tres meses después, el 4 de noviembre, mediante un cruento golpe militar. “¿Cómo voy a golpear al libertador económico de Bolivia?”, había respondido cínicamente cuando los periodistas le preguntaron en vísperas de la asonada si estaba conspirando contra su jefe.

Lo cierto fue que Barrientos conspiraba día y noche desde el mismo minuto en que asumió la Vicepresidencia de la República. “Estaba conspirando con todo el mundo. En dos oportunidades mandó a sus emisarios para pedirme que me sumara”, recordaría años después el líder de la Federación de Mineros y la Central Obrera Boliviana (COB), Juan Lechín Oquendo, quien paradójicamente, siendo vicepresidente de Paz Estenssoro (1960-64), se había convertido en uno de sus principales opositores.

No era el único que había abandonado el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). También lo habían hecho Hernán Siles Zuazo, líder de la insurrección del 9 de abril de 1952, Vicepresidente en el primer mandato de Paz Estenssoro (1952-56) y Presidente entre 1956 y 1960; y Wálter Guevara Arze, “padre” de la Reforma Agraria. “En septiembre, Paz se vio forzado a depender de una constante acción policial para mantener el control”, recordó el historiador James Dunkerley en  Rebelión en las venas.

Paz Estenssoro buscó el tercer mandato contra viento y marea. Para lograrlo, reformó la Constitución “emenerrista” de 1961, modificando el artículo que prohibía la reelección inmediata, en una decisión que fracturó al MNR. Los ánimos estaban caldeados no sólo en el partido del Gobierno. Ante el ruido de sables, el  Mono  decidió sustituir a su compañero de fórmula, Federico Fortún, por Barrientos Ortuño. El candidato militar había ganado una gran popularidad como consecuencia de un atentado nunca aclarado, en el que resultó herido en un glúteo.

Durante las semanas que siguieron a su asunción, “cerca de 100 opositores fueron enviados al exilio, los arrestos políticos se generalizaron y, dado que los ataques de la prensa crecieron, se impuso la censura”, recordó Dunkerley. Las manifestaciones callejeras derivaron en enfrentamientos con una treintena de muertos y el consiguiente estado de sitio.

El golpe del 4 de noviembre estaba servido. No fue un cuartelazo cualquiera. Fue el golpe que abrió la puerta a 18 años de militarismo en Bolivia.

Página Siete – 21 de agosto de 2014

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